En Colombia somos expertos en proponer soluciones fáciles a problemas difíciles: Creemos que si cambiamos a la cúpula del Ejército va a desaparecer la corrupción que lo carcome desde adentro y nos importa un pito la salud de Falcao con tal de que juegue el Mundial. Muchos todavía creen que matando a todos los malos se va a acabar la maldad, y así.
Pasa lo mismo con el acoso sexual, tan mentado por estos días en los noticieros. A raíz de una denuncia de una mujer valiente que al sentirse acosada en un bus de Transmilenio agarró al acosador y lo condujo a la policía, el tema se puso de moda en los medios. Seguramente a esta hora ya habrá algún senador oportunista redactando un proyecto de ley al respecto; incluso algunas voces muy autorizadas han pedido a Transmilenio que asigne buses, o al menos vagones exclusivos para ellas.
Pienso que embutir a las mujeres en un bus rosado puede ser una solución efectiva que les permita viajar más tranquilas en Transmilenio, pero es que el problema no es Transmilenio sino los acosadores. Y hablar de acosadores es bien complejo porque si a los colombianos nos gustan las soluciones fáciles, nos encantan los eufemismos. Aquí el acosador es aquel que se masturba frente a una mujer en un bus de Transmilenio mientras todo el mundo lo ve y nadie hace nada, pero el término es mucho más amplio: Acosador es quien agrede a otra persona con alusiones sexuales de cualquier tipo; es decir, un piropo impertinente, un roce intencionado, incluso una mirada descarada puede tipificarse como acoso sexual. Y este acoso se vive en cualquier esquina, en la universidad, en la oficina.
Los buses rosados son pañitos de agua tibia. Cuando el bus vaya lleno y muchas deban coger taxi, se van a encontrar con que algunos de estos vehículos vienen equipados con un espejo instalado estratégicamente para que el conductor pueda contemplar toda la belleza de las clientas. Y cuando haya taxis rosados, algunas querrán usar bicicletas rosadas porque la ciclovía también es hostil.
Pronto en las oficinas habría que poner cubículos rosados para que el vecino oficinista no le mire las piernas a la colega. Y microondas rosados en las cafeterías para que la inclinación de la usuaria no genere comentarios sexistas. Y salas de cine rosadas y cámaras de vigilancia rosadas. Habrá requisas rosadas en las cárceles y novios rosados que entiendan lo que significa un no.
Podremos pintar el mundo de rosado y abrir espacios exclusivos para las mujeres en cuanta esfera se nos ocurra, pero esta segregación concertada no será la solución definitiva al problema. Y es que una sociedad machista como la nuestra no va a aprender a respetar a las mujeres si no se replantean los viejos paradigmas que aún nos rigen y que se siguen perpetuando en nuestro sistema educativo y en algunos medios de comunicación irresponsables.
Así que mientras implementamos cátedras con perspectiva de género y le perdonamos a Eva el pecado original, no nos queda más que pedirle a nuestros noticieros que por favor se tomen el asunto en serio y aprovechen la coyuntura para hacer un poco de pedagogía, al menos mientras les pasa la moda. Y ya entrados en gastos, también podrían hacer una mejor selección de las pautas que pasan en sus franjas de publicidad porque les queda muy mal posar de indignados con el acoso sexual y poner a continuación comerciales abiertamente sexistas, como aquel de Figubelle en donde dos hombres hablan de su gusto por el volumen de cola y senos mientras una modelo perfecta se contonea. Es eso o hacer comerciales rosados para mujeres rosadas.
Twitter: @andresburgosb