Imaginemos que existe un niño que vive en la Zona de tolerancia de Bogotá. Si ha de tener padres, ellos bien podrían ser una prostituta y un expendedor de droga. Este niño pasa gran parte de su tiempo solo. Convive en un inquilinato del centro con más prostitutas y delincuentes, y con otros niños como él. A diario está sometido a unas dinámicas sociales tenebrosas, que sin embargo, en su ingenuidad da por naturales. Este niño ve a su madre exhibir su cuerpo para venderlo al mejor postor, ve a su padre comerciando con objetos robados, buscando pleito por las calles, metiendo bazuco, siempre al borde de la muerte por manos propias o ajenas.
Este niño está expuesto a la adicción de sus padres, al lenguaje de la calle, al abuso sexual, a la explotación infantil, pero le gusta bailar rap y colorear cartillas de dibujos. Por el contexto en el que vive, no se adapta fácilmente a las rutinas de su colegio ni respeta a los adultos, sólo a los policías.
Este niño existe. Se llama Juan o Pedro, o quizás tendrá algún nombre agringado. A sus siete años es capaz de soportar la hostilidad de las calles grises pero no es capaz de escribir su nombre porque sólo conoce de lenguajes violentos.
Imaginemos ahora que hay una fundación. Allí muchos niños como el que describimos tienen la oportunidad de resocializarse. Hay trabajadoras sociales, psicólogas y docentes que están dispuestos a ayudarlos, a darles voz y educación, a brindarles una esperanza. En ese lugar los niños podrían asistir en jornada contraria a sus clases y recibir el cariño que no encuentran en sus hogares.
Esa fundación existe. Se llama Fundación Renacer y allí asisten decenas de niños en condiciones de vulnerabilidad que gracias al apoyo que reciben, logran esquivar el abuso sexual y el delito. Tuve la oportunidad de acompañar un voluntariado en esta ONG y aprendí muchísimo: Limpié mesas luego de una sesión de pintura, ayudé a un niño a hacer tareas de Español, participé en clases de Teatro y Danza, conocí a excelentes profesionales que hacen esfuerzos sobrehumanos por brindarles educación de calidad a estos niños y hasta me encontré a una alemana que cruzó el Atlántico para hacer aquí como voluntaria lo que usted y yo no somos capaces de hacer como vecinos.
Uno de esos días, mientras yo trataba de bajar de la ventana a una niña que estaba viendo un accidente de tránsito, llegó un hombre con una inmensa bolsa negra. Luego de reunir a los niños en un círculo, destapó la bolsa y con lista en mano, repartió a cada uno de ellos un kit escolar. Cada paquete cuidadosamente empacado se componía de un cuaderno, esferos, colores, un borrador y un tajalápiz. Este hombre era un ciudadano anónimo que supo de la fundación y quiso tener un gesto generoso con estos niños, también anónimos; sin zalamerías ni apariencias, en el hermetismo de su conciencia, me enseñó que para ayudar basta con querer.
Imaginemos ahora que hay más hombres y mujeres anónimos que regalan un poquito de su tiempo para formar a estos niños en valores o proporcionarles un rato de esparcimiento. Imaginemos que hay mucha gente que se quita la venda de los ojos y mira de frente nuestros serios problemas sociales para enfrentarlos con un cuaderno y una crayola. Imaginemos que cada día hay más personas que creen que la educación de calidad es la mejor manera de protestar por los derechos de los más vulnerables.
Esas personas existen y hoy están ayudando desde su humildad o su riqueza a construir un país mejor. Usted también puede vincularse a la causa y sentir la satisfacción que se le veía en la cara a ese ciudadano anónimo, hay cientos de fundaciones que requieren de su apoyo. Para el caso particular, basta con visitar la página fundacionrenacer.org y hacer clic en la pestaña Cómo apoyar. Muchos niños vulnerados se lo agradecerán.
Twitter: @andresburgosb