En el año 2007 tuve la oportunidad de asistir al IV Congreso Internacional de la Lengua Española, llevado a cabo en Cartagena. En el marco de ese congreso, se celebraban los cuarenta años de la primera publicación de Cien años de soledad con una edición conmemorativa que tengo el gusto de conservar. García Márquez  recibió un merecido homenaje en la sesión inaugural y, pronunció un breve discurso vestido de blanco inmaculado. Al terminar sus palabras, miles de papelitos amarillos volaron por el escenario; desde donde estaba, no pude distinguir si eran flores o mariposas.

De aquella vez que pude ver en persona a Gabo, tengo dos recuerdos  aún frescos que significaron mucho para mí:

El primero de ellos fue cuando en medio del tumulto, logré acercarme hasta las escaleras del escenario por donde descendía García Márquez acompañado  de su gran amigo, Carlos Fuentes. Grité “Maestro” y enseguida ambos voltearon a mirarme. Pude saludarlos  de manera torpe y agradecerles por su legado. Saqué mi cámara y le pedí a una desconocida que me tomara la foto inolvidable con los escritores latinoamericanos vivos más importantes de entonces. En la imagen quedaron plasmados los ojos infantiles de Gabo, invariablemente sonrientes, y el perfil recio de Fuentes, con su mostacho de acento mexicano. Yo no me reconocí en la foto porque un brazo anónimo me había tapado gran parte de la cara, pero con todo y eso, fue un instante mágico.

El segundo momento inolvidable me sirvió para ilustrar en una imagen la idiosincrasia colombiana: Los segundos posteriores a mi foto fallida fueron de apretujones y pisones de los asistentes  que, como yo,  buscaban una foto con el premio nobel colombiano. Salí del tumulto y subí un par de escalones para seguir con la mirada la figura de Gabo, que desde hacía muchos años era ya un icono colombiano y a la de Carlos Fuentes, una de las plumas más respetadas de Latinoamérica. De pronto veo que el propio Fuentes ha sido desplazado a fuerza de codazos y empujones y se ha formado un círculo alrededor de García Márquez, que no paraba de sonreír y tomarse fotos. Lo que yo interpreté como un sacrilegio en contra del autor de Aura  y La región más transparente, fue asumido con humor  por ambos escritores.

Mientras era fotografiado, Gabo miraba de soslayo a Fuentes, más alto que los espontáneos fanáticos de Cien años de soledad, y el colombiano le levantaba los hombros a su colega como disculpándose. Pero no siendo suficiente, luego de que el personal de logística  dispersara a algunos de los seguidores, no faltó quien se atreviera a pedirle al propio Fuentes que hiciera las veces de fotógrafo: Sin miramientos, el buen escritor mexicano tomó tres o cuatro cámaras  y se gozó la fama de su amigo mientras descansaba de la propia. Yo, escandalizado viendo toda la escena, tomé una foto espléndida en la que sale Gabo abrazando a una señora gordita y  frente a él, Carlos Fuentes apuntándoles con una cámara prestada; una imagen macondiana memorable que he perdido, pero que conservo en la memoria para siempre.

Que en paz descanses Gabo, ojalá que en un país como el nuestro con tan malos índices de lectura, muchos se acuerden de leer tus obras, al menos a manera de homenaje.