Tratando de pasar la página de García Márquez retomé la lectura de Ensayo sobre la ceguera de Saramago, la famosa novela del portugués en la que una ciudad anónima es atacada por una epidemia de ceguera de origen desconocido. Dice Saramago que los ciegos “siempre estaban rodeados de una blancura resplandeciente, como el sol dentro de la niebla. Para éstos, la ceguera no era vivir banalmente rodeado de tinieblas, sino en el interior de una gloria luminosa”. Los ciegos no lamentan su ceguera sino que se acostumbran a ella y se complacen con su claridad.
Saramago plantea de esta forma que las sociedades contemporáneas viven satisfechas en un mundo en tinieblas: Todos llevamos una venda que usamos voluntariamente y que a la vez que nos deja ciegos, nos da brillo, nos tranquiliza y hasta nos proporciona felicidad. Tal vez eso nos pase a los colombianos, porque de qué otra manera podemos explicarnos tantos episodios nacionales que rayan en el lugar común de lo macondiano.
¿Cómo comprender, por ejemplo, que Colombia sea el país más feliz del mundo y que a la vez seamos los más rezagados en educación según las pruebas PISA?
¿Cómo entender que muchos colombianos, empezando por una senadora electa, juzguen a un nobel de literatura por sus posturas políticas y no por la calidad estética de su obra?
¿Cómo explicarnos que la gente más humilde del país no pueda enfermarse a menos que esté dispuesta a madrugar por una cita médica que puede demorarse meses? ¿Cómo interpretar que muchos mueran esperando asistencia médica y que otros tantos tengan que recurrir a la Tutela para recibir sus medicamentos?
¿Y cómo concebir que en un sistema judicial politizado e inepto, algunas voces quieran eliminar la Tutela, cuando parece ser el único mecanismo jurídico que funciona?
¿Por qué pareciera que nos importa más el ranking de la FIFA que el de las ciudades más violentas del mundo, en el que se incluyen seis ciudades de Colombia?
¿Cómo es que en pleno siglo XXI mucho de nuestros municipios no tienen agua potable y aun mueran niños de inanición en la Guajira, el Chocó y quién sabe en cuántos cinturones urbanos de miseria?
¿Por qué la dinámica social y política nos polariza cada día más y hace de nuestras posturas políticas, fanatismos religiosos?
¿Por qué nos cuesta tanto asimilar nuestros graves problemas sociales e intentar repararlos y en cambio preferimos mirar hacia paisajes más tranquilos?
¿Cómo le explicamos a un extranjero que de los últimos catorce presidentes del Senado, doce han sido investigados y de ellos, varios están en la cárcel?
¿Cómo justificamos que hayamos elegido de presidente a un hombre que salía en las listas de los narcotraficantes más buscados de la DEA? ¿Y que este presidente, al no poder perpetuarse en el gobierno, haya subido al poder a su ministro de defensa pero que ahora le haga la más férrea oposición?
¿Y cómo comprender que en el panorama electoral la mayoría de candidatos representan la misma vaina pero con diferente nombre?
El realismo mágico de nuestro Macondo se nos volvió un realismo trágico, igual de absurdo pero más doloroso. Acaso hacernos los ciegos puede anestesiarnos por un tiempo, pero vendrá el día en que un huracán apocalíptico arrase con todo y como los Buendía, no podamos tener una segunda oportunidad sobre la tierra.
@andresburgosb