Recientemente hubo en Madrid una manifestación de gitanas contra la Real Academia de la Lengua por considerarla una institución racista que estigmatiza a su pueblo. El malestar surgió con la nueva publicación del diccionario de la RAE que trae entre sus voces y acepciones, una que define al gitano como aquel que “estafa u obra con engaño”.

La respuesta de la RAE ha sido contundente y predecible: su función no es hacer juicios éticos sobre el uso que los hispanohablantes hacen de su lengua  sino simplemente registrar estos usos que a fuerza de la costumbre se han convertido en norma. El estigma que ha sufrido la población gitana durante siglos en Europa ha dejado su impronta en la lengua y más allá de si es políticamente correcta o no, la función de la academia es dar cuenta de este proceso lingüístico. Que en este caso la acepción no sea políticamente correcta, no exime a los lexicógrafos de un análisis juicioso.

Calificar a la Academia de racista por la nueva acepción de “gitano” es un despropósito que abriría la puerta a nuevas protestas inadmisibles contra muchísimas voces que enriquecen nuestra lengua: los argentinos podrían protestar por la segunda acepción de “lunfardo” que es sinónimo de delincuente, los judíos podrían reprochar el uso indiscriminado del adjetivo “ladino” para calificar a un taimado, porque para ellos el ladino es un dialecto sefardí de raíces sagradas; por ese mismo camino habría que eliminar la palabra “barragana” que significa “concubina” para que las damas de apellido Barragán no se sientan ofendidas y, ya entrados en gastos, habría también que rebautizar a los de apellido Matamoros, no sea que se considere a su apellido como una nostalgia xenófoba.

Muy bien por la RAE que en esta ocasión ha defendido su ejercicio académico por encima de las dinámicas sociales que escapan de su resorte y de la presión mediática que implica una decisión que, en apariencia, vulnera a una minoría. Como lingüista defiendo la incorporación de la nueva acepción aunque como ciudadano nunca la vaya a usar.  De igual manera celebro la posición  de la Academia de considerar “innecesarias y engorrosas” las repeticiones de sustantivos y adjetivos en ambos géneros gramaticales que, según dicen algunos y algunas obstinados y obstinadas, hacen del lenguaje una herramienta incluyente.

La segregación de las minorías y el sentido peyorativo que han adquirido algunas palabras son el fruto de procesos históricos y sociales que han sido retratados por la lengua, por ende, si en realidad queremos ser incluyentes no hay que retocar el lenguaje que está en la superficie sino hundir nuestras narices en las honduras mismas de la existencia, porque con remiendos pendejos no conseguiremos nada.

Pregunta: ¿Si desde hace varios años la RAE viene institucionalizando la horrorosa españolización de los anglicismos (guisqui, bluyín, guachimán) por qué se incorporaron palabras como hacker y wifi en vez de expresiones  “españolizadas” como jáquer y uaifai/ uifí?

@andresburgosb