Seguramente a usted le ha pasado: va manejando por alguna avenida de la ciudad y de pronto se encuentra con la caravana de algún alto funcionario del gobierno: dos motos se adelantan a los vehículos blindados y cierran el paso de todos los carros, causan trancones y malestares para darle paso a su protegido y si usted les pita o les reprocha, lo callan con un madrazo o golpeando su ventana con el puño.
A mí también me ha pasado y en varias ocasiones. La última vez fue hace unos días frente al Concejo de Bogotá: estuve a punto de arrollar a un escolta en motocicleta que se me atravesó para darle paso a dos camionetas grises de placas similares. Le pité pero no me determinó. En cuanto pasó la caravana volvió a adelantarse para hacer la misma operación con otros vehículos. Como ya estaba aburrido de que siempre me pasara lo mismo, decidí serpentear como las motocicletas para intentar alcanzarlas y tomarles fotos. Cuando el conductor de la camioneta me vio por el retrovisor le hizo unas señas al de la moto que se devolvió y me cerró una vez más el paso. Se bajó de la motocicleta, le pegó a la ventana de mi carro y me pidió mis documentos. Yo me negué.
Un escolta no tiene derecho a solicitarle sus documentos como tampoco tiene derecho a parquearse donde se le dé la gana o a cerrar el paso de los otros carros para darle prioridad a su caravana. Eso le dije desde el interior del carro, a punta de señas y gritos porque, la verdad, me dio temor bajarle el vidrio y decírselo en la cara ya que se veía ofendido y además estaba armado.
Entonces el escolta se comunicó por radio con yonosequién y a los pocos minutos llegó la policía. Yo me bajé del carro y di mis explicaciones. Viéndome resguardado por el policía, me envalentoné y le dije al escolta que era un atarbán, un imbécil. Eso terminó de enojar al personaje que dijo ser de la Fiscalía y que podía hacer muchas cosas con tal de garantizarle la seguridad a su protegido. El policía le pidió que se fuera a alcanzar a su caravana, sin siquiera una amonestación verbal por su comportamiento temerario, y en cuanto a mí, me dijo que debía borrar las fotos por cuestiones de seguridad y me dejó seguir mi camino.
Me quedaron grandes lecciones de ese desencuentro. Lo primero que pensé fue en lo paradójico de la situación: un escolta me cierra el paso y casi causa un accidente para evitar que su protegido se exponga a un atentado, pero ese mismo escolta no tiene ningún reparo en abandonar a su caravana y a su protegido por quedarse discutiendo con un ciudadano inofensivo. ¿qué tal si le hubiera pasado algo a la caravana más adelante? ¿dónde estaba el “escolta motorizado”? ¿cómo le hubiera explicado a sus superiores que su ego le hizo abandonar el puesto de trabajo para devolverse a posar de bravo con un conductor cualquiera? Una de dos: o ese escolta es irremediablemente estúpido e irresponsable o sabe de antemano que el esquema de seguridad que encabeza es una pantomima inofensiva y que el riesgo de que haya un atentado es mínimo. Y las dos opciones son muy tristes.
Otra cosa que me llamó la atención -además de la rapidísima intervención de la policía que nunca está disponible cuando se necesita- es la reafirmación de que algunos escoltas creen que su trabajo les da la libertad de pasar por encima de los demás aunque irónicamente su vida esté amarrada a las rutinas de otro, como si tanta abnegación hacia su jefe los llenara de hostilidad contra el resto del mundo.
En la Fiscalía jamás me dieron razón por el escolta, la policía no hizo nada para defender mis derechos. Y pensar que mis impuestos pagan tanto el salario del escolta como el del policía…
En las calles de Bogotá aplica la ley del más fuerte: el que gana es el que amenaza, el que pisotea al débil, el que muestra los dientes. Los que tratamos de manejar bien vamos sin dios ni ley, rogando no estrellarnos contra un taxista gavillero o un motociclista imprudente. Respetar las normas de tránsito nos hace imbéciles frente a la anarquía de conductores violentos que además se creen invulnerables en la vía, y de todos ellos, los peores son los escoltas.
@andresburgosb