Que Gustavo Gómez sea un pésimo humorista no lo hace un mal periodista. Muy al contrario, ha recibido elogios de diferentes sectores por haberse atrevido a despedir de La luciérnaga a Gustavo Álvarez Gardeazábal, según dicen algunos, porque el autor de “Cóndores no entierran todos los días” adaptaba sus opiniones a intereses non sanctos. Qué gran lección de ética e independencia la que da Gustavo Gómez al que no conociera sus actuaciones recientes.
Tristemente, su pose de independiente no es más que otro de sus malos chistes: basta con leer un tuit que escribió al respecto de la salida de Álvarez Gardeazábal para comprender toda la magnitud de su fantochería: “Consejo: si diriges un programa de radio y sospechas de la probidad de alguien, invítalo a dejar su puesto, aunque el mundo se te venga encima”. Yo no sé mucho de periodismo pero desde siempre he aprendido que los asuntos laborales deberían estar al margen de la palestra pública, por respeto al público, al colega y a sí mismo, y más si se hablan de “sospechas”, que pueden resultar tan etéreas como sus convicciones humorísticas, calcadas de su amigo, Daniel Samper Ospina.
La fantochería de Gustavo Gómez no es nueva, como tampoco lo es su fuerte oposición al gobierno distrital de su tocayo Petro. Justamente en la coyuntura que se generó por el manejo de las basuras en Bogotá, Gómez dio muestras de su dudosa calidad periodística al irse lanza en ristre contra el esquema de aseo de Bogotá cuando tenía doble conflicto de intereses: por un lado, era amigo personal de William Vélez, uno de los zares del aseo en la capital, y por el otro, su compañera de programa, D’arcy Quinn, quien tampoco se guardaba sus opiniones contra Petro, era nada menos que esposa de Alberto Ríos, otro de los grandes empresarios de las basuras. A su fantochería, entonces, le podemos sumar su cinismo.
Si bien sus opiniones al aire ya eran bien recalcitrantes contra Petro, terminó de pelar el cobre en Twitter con frases salidas del tono probo de un periodista serio, en las que recordaba el pasado guerrillero del alcalde en tono impertinente y provocador: «¿Conversamos @petrogustavo de cuando yo uso uniformes para mi trabajo y de cuando usted los usaba para regar sangre de policías y soldados?”.
¿A cuento de qué un periodista puede dirigirse así a un alcalde y luego posar de objetivo e imparcial? ¿Puede Gustavo Gómez ser ecuánime cuando se trata de opinar sobre las gestiones de Petro? ¿Las medidas que tomó contra Álvarez Gardeazábal estuvieron al margen de su arrogancia, famosa en las redes sociales?
Que no me vengan entonces con el cuento de que, por haber acertado al despedir a Álvarez Gardeazábal de La luciérnaga, estamos asistiendo a su ascensión como adalid de la ética periodística, pues para lograrlo se requiere de mucho más de lo que hasta ahora nos ha ofrecido Gustavo Gómez.
@andresburgosb