Se cree que una justicia laxa y una policía inoperante son el caldo de cultivo del linchamiento de delincuentes y tal vez en gran medida sea así, pero también habría que sumarle a la fórmula dos factores fundamentales: la precariedad cultural y el desprecio por la vida.

Los linchamientos son acciones violentas en masa que con frecuencia terminan con la muerte del delincuente. Son mucho más crueles que un robo común, que suele tener un objetivo definido, pues el que lincha no busca más que obtener una revancha sangrienta por un acto que generalmente no ha sido cometido en su contra. Con esto se busca atemorizar a los delincuentes, darles de su propia medicina, agredirlos salvajemente cuando se encuentran en estado de indefensión, en otras palabras, un linchamiento no es más que la  hiperbolización de la arcaica ley del Talión: ojo por ojo y diente por diente.

Algún idealista podría pensar que las recientes acciones colectivas contra los ladrones de Bogotá son producto del profundo respeto que sentimos los ciudadanos por la propiedad privada y la solidaridad que predicamos por nuestro prójimo víctima de un robo, pero no nos digamos mentiras: por donde vayamos en la ciudad, en transporte público, en carro o en bicicleta, vemos que cada cual tira para su lado, que impera la ley del más fuerte cuando no la del más vivo, que la ciudad es un caos y que a la mayoría le importa un pito. ¿De dónde, entonces, surge el odio visceral de una sociedad que comúnmente se autodenomina indiferente? ¿Por qué una turba violenta agrede sin clemencia al ladrón de un celular y calla frente a vejámenes sistemáticos más graves?

La respuesta no la tengo, pero intuyo que aquellos que se despachan en puños y patadas contra un delincuente común no son de una naturaleza muy distinta a la de la víctima, incluso peor porque el linchamiento tiene niveles de sevicia que normalmente no tiene el atraco. De hecho, pensaría que estos que linchan tienen un perfil muy parecido a los que saquean en los incendios o roban las pertenencias de los que quedan desprotegidos ante un desastre natural. Oportunistas con sed de sangre que aprovechan el anonimato para mostrar lo que en realidad son.

He visto muchas imágenes y publicaciones en Twitter y Facebook de ciudadanos comunes que apoyan este tipo de actos violentos y me sorprende que haya tantas personas con tan poco sentido crítico y respeto por la vida. Y no se trata de defender a los ladrones ni hacer oposición a una ideología, simplemente, se trata de entender que las causas de la delincuencia tienen las mismas raíces que las de los linchamientos: ausencia de Estado, falta de autoridad, falta de educación… Irónicamente el linchador y el linchado se parecen más de lo que a simple vista se ve: ambos, frente a la inoperancia del Estado, cruzan la línea de la legalidad para proporcionarse lo que este no puede cubrir.  

Lo peor del asunto es que son supuestos ciudadanos de bien, empleados, padres de familia, estudiantes, los que cometen y avalan este tipo de comportamientos delictivos. Sospecho que son los mismos que se niegan a ceder su puesto a una mujer embarazada o los que envenenan a los gatos que viven en los tejados; los que son capaces de hacerse matar porque les cerraron el paso en una avenida o los que abandonan a sus mascotas viejas. Gente que no comprende el valor de la vida, gente que se come el cuento de que la violencia sirve para algo.

Twitter: @andresburgosb