Los realities cazatalentos explotan la miseria humana. Esta es una frase que ya es un lugar común en las conversaciones de oficinistas y académicos, no obstante, los ratings de estos programas de televisión son considerablemente altos y las votaciones para salvar o expulsar a los concursantes son evidencia de que aún muchos espectadores se apasionan con el tema.
En 2002 se estrenó el primer reality en Colombia. Se llamaba Protagonistas de novela, lo transmitía RCN y buscaba al mejor actor de Colombia, al futuro galán de las telenovelas. Tuvo por ganador a un pelmazo que no tenía ni idea de actuación llamado Jaider Villa. Desde entonces, el formato no ha cambiado en absoluto ni para este reality ni para los musicales y los resultados de uno y otro suelen ser los mismos: generalmente no dan por ganador al concursante que tiene más talento sino a aquel que logra conectarse con el televidente, que a la larga será el que decida si gana o no. En el caso de Jaider, como era un pelmazo, solía ser ridiculizado por sus compañeros (que tampoco es que fueran muy brillantes) en la “casa-estudio”, lo que despertó lástima en los espectadores.
La democracia es una maravilla pero es obvio que no funciona para casos como el que tratamos aquí por varias razones, entre ellas, el hecho de que los espectadores no tengan ni la experiencia ni el sentido crítico para evaluar qué tan buen actor o cantante es su concursante favorito. Entonces el votante tiene que apelar a otros métodos de evaluación y se pregunta, por ejemplo, qué tanto se parece a mí esa persona que veo en la pantalla, qué sentimientos me genera, qué tan cercanos son sus problemas a los míos…
Los productores de los realities lo saben y lo explotan, por eso a la hora de presentar a un concursante le escarban su vida a ver qué le encuentran de miserable. Ayer de casualidad vi cómo presentaban a unos hermanos cantantes en Tu Voz Kids: sus padres eran separados pero decían entre lágrimas que así se hayan divorciado tenían que mantener un vínculo fuerte por sus hijos, en un primer plano sale la imagen del papá ahogado en llanto diciendo que eso de la separación ha sido muy duro, muy melodramática la cosa. El dúo de niños cantantes tenía un nombre trágicamente irónico, se llamaban “los inseparables”. Antes de salir al escenario muestran a su familia unida en el backstage por la causa de un concurso musical. Hasta entonces los niños no habían cantado y ya se habían ganado el voto de muchos colombianos. Pan y circo.
Tampoco nos debe resultar extraño ver que casualmente en la “casa-estudio” conviven egos y perfiles conflictivos por definición, por eso las peleas, las parejas, las infidelidades, el drama, el llanto, las envidias: una comedia humana fríamente pensada por los productores del reality de moda para que el espectador no pueda parar de ver lo que pasa, como cuando vemos una riña en la calle, o un accidente o un incendio. Por eso también suele pasar que uno de los tres jurados que escuchan las audiciones hace el papel del malo: se muestra prepotente, tan franco que raya en el insulto personal, demasiado irónico para su trabajo, cruel a más no poder así en el trato personal sea lo más afable del mundo; es que es un actor y los concursantes no lo saben, no lo pueden entender porque ellos son las víctimas, por eso le temen, se comen el cuento de que el jurado tiene derecho a pisar sus dignidades, por eso las lágrimas y el miedo escénico, y por supuesto, los votos y el rating.
Los realities son un circo cruel del que somos víctimas y a la vez cómplices, lo peor que le ha pasado a la televisión de entretenimiento desde el formato de la telenovela mexicana, por eso mi consejo, si se me permite, es que no los miren, que no participen de ellos. Por favor, señor lector, no ponga a su familia a ver semejante decadencia, no permita que esos modelos éticos sean el ejemplo con el que crezcan sus hijos, no alimente más el amarillismo y la miseria humana.
Twitter: @andresburgosb