Como siempre que pasa una tragedia en el mundo, no faltan los oportunistas que quieren aprovechar la coyuntura para sacarle jugo. Algunos buscan polarizar más la política local con analogías impertinentes y exageradas, otros aprovechan para alertar de lo mucho que nos hemos alejado de Dios (obviando la ironía de que los atentados en París se cometieron en su nombre), otros, tal vez más ingenuos, aprovechan para recordarles a sus amigos de Facebook que han estado en París y que por ende (?) les duele más la tragedia.
También hay algunos que aprovechan para quejarse de la falta de solidaridad con nuestros propios muertos, con nuestras propias tragedias, que son muchas y tal vez peores: a ellos les parece ridículo que alguien ponga la bandera de Francia en su foto de perfil de Facebook o que usemos uno de los muchos hashtags a favor de las víctimas parisinas. Yo los comprendo hasta cierto punto porque, en efecto, suena medio mezquino que expresemos nuestro dolor por unos muertos que tal vez no podían ubicar a Colombia en el mapa mientras aquí, por ejemplo, los niños de La Guajira mueren de hambre, pero creo que en su argumentación obvian un factor fundamental: los medios de comunicación.
Creo que el problema no es la indiferencia que tenemos frente a las muertes propias o las de Medio Oriente, el problema es la forma en que los medios cubren las noticias: a los atentados de París le están dando mayor cobertura que incluso a los muertos del día en Colombia, tema común, y nosotros, que hemos sido criados con el televisor, no podemos evitar sentirnos golpeados por la crudeza y la repetición del mensaje.
Es algo así como lo que pasa cuando a los noticieros les da por hablar de niños abandonados, de acosadores en Transmilenio o de borrachos al volante: durante una o dos semanas buscan, seleccionan y emiten noticias de un mismo tema hasta que lo saturan, esto causa en el espectador la idea de que algo pasa y de que algo hay que hacer pero la verdad es que acosadores, niños abandonados y borrachos manejando ha habido siempre, así la mayor parte del año sean invisibles para los medios.
La queja, entonces, no debería ser con aquel que se siente golpeado por la noticia de los atentados en París y expresa su solidaridad mientras le da lo mismo lo que pase en Siria, en El Líbano o en Colombia; la queja debería ser con los medios de comunicación que optaron por darle más relevancia a unos muertos que a otros, con los noticieros que deciden cuál va a ser la indignación de la gente el día de hoy y cuál va a ser el placebo de mañana.
Si, por ejemplo, los medios de comunicación en Colombia quisieran poner en la agenda pública el tema de La Guajira, podrían lograr que millones de colombianos se indignaran igual que con lo de Francia, podrían incluso presionar al gobierno para que actúe y acabe con las mafias del agua y de la gasolina, podrían tumbar a ministros, a gobernadores, podrían salvar muchas vidas… La pregunta sería entonces por qué no lo hacen, por qué prefieren cubrir la noticia del ladrón que se dejó pillar por una cámara de seguridad o dedicarle cuarenta minutos a la tragedia de París. La respuesta es compleja y atraviesa muchos intereses que, tristemente, están al margen de las necesidades informativas del televidente y del bien común de los colombianos.