La amante suele llevarse toda el agua sucia cuando se descubre una infidelidad, como si fuera una especie de ser maligno que aparece en los mejores momentos de la construcción del hogar para echarlo todo a perder, pero nos olvidamos, como siempre, de mirar para adentro, de evaluar lo que pasa al interior de la pareja cuando se apagan las cámaras de la esfera pública.
Muchas familias dan por sentado que una infidelidad es la más grave afrenta que puede haber en el interior de una pareja porque creen que el hogar es un terreno idílico cuya burbuja se rompe con la llegada de un tercero, por eso es común culpar a la amante de la destrucción de la arcadia familiar cuando en realidad un hogar se destruye desde adentro. Que alguien se inmiscuya en una relación aparentemente feliz no es la causa de una crisis de pareja sino, más bien, la consecuencia de una relación que de hecho ya estaba en crisis.
Hubo a finales del año pasado un video de una infidelidad que se hizo viral: la historia, que incluso llegó a algunos irresponsables medios de comunicación, se trataba de una señora que en plena calle se paraba frente al carro de su esposo para exigirle que bajara a su amante del carro. La gente que presenciaba el hecho tomó partido por la esposa burlada, la envalentonaron y hasta le acercaron elementos para agredir a su esposo y a la “perra” que no se bajaba del carro. La perra tenía nombre propio y una imagen qué cuidar que quedó por el piso luego de que toda Colombia conoció la historia; nadie le preguntó su versión del asunto, a nadie le interesó escuchar lo que tenía para decir. Cientos de comentarios, memes y chistes apedrearon la dignidad de “la otra” sin más, sin pensar siquiera en las consecuencias psicológicas y sociales de la pobre.
¿Y qué hay de Luis, el protagonista de este triángulo amoroso? ¿no tendría él gran parte de la responsabilidad de su infidelidad? ¿o acaso todavía creemos en las brujas de los cuentos de hadas que con sus ardides logran convencer a los hombres de hacer lo que no quieren? Pues de Luis no dijeron nada, o más bien, hubo un silencio cómplice proveniente de los más cavernarios prejuicios machistas.
¿Por qué la gente calla cuando sabe que al interior de una pareja hay sometimiento sexual o económico pero enarbola las banderas de la dignidad femenina cuando el asunto es una infidelidad? Parece que en el inconsciente colectivo flota la idea de que los conflictos privados son menos graves que los públicos y que de alguna manera son perdonables, mientras que cuando hay un tercero que se entromete en la relación hay una fractura del “equilibrio amoroso” que rompe la esfera privada y la deja expuesta al “otro”. Así las cosas, la violencia intrafamiliar es justificable mientras no se sepa, pero una infidelidad jamás. El compromiso por restablecer la dignidad de la engañada se hace social, la solidaridad de género no existe hacia «la otra» pues no hay mujer que quiera identificarse con la mala del paseo sino con la buena, como en las telenovelas, así la víctima se revictimiza y la mala se hace más culpable.
Pero en ocasiones la amante no es tan mala como la pintan las comedias románticas o las telenovelas mexicanas, de hecho a veces se convierte en la ruta de escape de la disfuncionalidad familiar pues es gracias a su presencia que la víctima logra su emancipación. Como ya se ha dicho, en esta sociedad egocéntrica la gente piensa que la raíz de sus males no está en su interior sino que es causada por un factor externo, entonces, así la vida en pareja sea una constante frustración es muy posible que la víctima de infidelidad no lo termine de comprender sino hasta que su pareja le pone los cachos.
Sumado a lo anterior, habría que reconocer también que es muy frecuente que la amante también sea una víctima de las circunstancias al menos por tres razones:
La primera, porque ingenuamente se come el cuento del marido desesperado que lleva años separándose y que no lo ha logrado: hay amantes que se enamoran y sufren al verse involucradas en una relación en la que se sienten como objetos sexuales y de las que no pueden escapar. Su amor, que nadie entiende de dónde surgió ni por qué se mantiene, les impide romper el vínculo con su cómplice, tal como le pasa a muchas esposas maltratadas.
La segunda, porque en muchos casos el hombre miente sobre su verdadera situación marital: una amiga, por ejemplo, llevaba meses en una relación que creía oficial cuando en realidad era, sin saberlo, la otra, la quitamaridos, la destructora de hogares… y no se dio cuenta hasta que tuvo que sufrir el correspondiente linchamiento social.
Finalmente, hay que tener presente también que la naturaleza humana, la cultura de masas y el consumismo rechazan contundentemente la monogamia, por lo que una infidelidad es una posibilidad que cualquier persona que esté inmersa en una relación puede sufrir, así como cualquier persona puede convertirse en amante sin darse cuenta, por eso, si estamos dispuestos a lapidar a la amante, que tire la primera piedra quien esté libre de pecado.
Creo que debemos empezar por deconstruir los roles que la sociedad impone a marido y mujer para tener una comprensión holística de las relaciones amorosas. Es fácil opinar desde el machismo y echarle la culpa de la infidelidad a la amante, lo difícil es comprender que gran parte de la responsabilidad subyace en el hogar, en la cotidianidad de un amor que más que amor es costumbre y compromiso, en las mañas de la sociedad, en la poca comunicación de la pareja y en la falta de carácter para decir adiós y buscar la felicidad por otro lado.
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