Antes de quejarnos de estos emprendedores de la estupidez hay que entender que la banalidad y el fanatismo no son invento ni de los youtubers ni de la Feria del Libro sino de la cultura de masas; es injusto e irónico que nos pongamos en el plan de acusar de tontos a los seguidores de estos ídolos de barro cuando llegamos a la casa a ver realities y telenovelas que, a la larga, son la misma vaina. 

Foto tomada de Kienyke.com

El viernes pasado tuve la oportunidad de asistir a la conmemoración del Día del Idioma en la Academia Colombiana de la Lengua. El acto solemne empezó con una oración en latín y continuó con un largo discurso de Adolfo de Francisco Zea sobre El Quijote que terminó siendo un eficiente somnífero para muchos de los asistentes, entre los que conté a veinte estudiantes, tres profesores y al mismísimo Belisario Betancur, miembro honorario de la Academia e invitado de honor a la ceremonia.

Si bien agradezco la invitación, no puedo dejar de pensar que hay un abismo gigantesco entre la academia y la gente que de hecho siempre ha existido pero que se ha acentuado con el advenimiento de las redes sociales y la globalización de la estupidez. Con todo el respeto por don Adolfo, uno no puede hacer que un joven de 17 años se enamore de Cervantes hablándole por una hora en un lenguaje arcaico y abstracto sin siquiera una ayudita audiovisual. Creo que urge que la Academia de la Lengua se actualice y se ponga a tono con la tecnología y las redes sociales, como lo ha intentado últimamente el Instituto Caro y Cuervo.

Y a propósito de buscar nuevas formas de acercarse a los jóvenes, ayer me encontré con la noticia de que la Feria del Libro colapsó con la presencia de un youtuber llamado Germán Garmendia, cuyo mérito, a desmedro de la cultura, ha sido difundir la estupidez y la trivialidad a escalas asombrosas que envidiaría cualquier canal de televisión.

Se escucharon muchas voces de protesta contra el pobre Germán y de paso contra otros youtubers igual de patéticos y exitosos que venden más que Juan Gabriel Vásquez y Tomás González juntos. Les critican la frivolidad y la simpleza de sus vídeos que han llevado a millones de seguidores a sufrir de una especie de fanatismo infantil. Los críticos están en lo cierto, pienso yo, pero ¿cómo culpar a los youtubers por su éxito? ¿Acaso si usted tuviera un buena idea que le diera fama y dinero no la explotaría?

Que por qué los traen a la Feria del libro, preguntan algunos. Pues porque son famosos, venden millones y garantizan taquilla. A los románticos que piensan que ese no es su lugar les recuerdo que hace rato la Feria dejó de ser solamente de libros porque, como aquí nadie lee, tuvo que reinventarse y meterle el pabellón de la caricatura; además, son muchos los famosos que sin tener ni idea de escribir se han puesto a publicar libros, como Amparo Grisales, Jota Mario Valencia, Roy Barreras, Pirry… Basta con decirles que este año fue el lanzamiento de «La magia está dentro de ti», un librito en el que una mujer famosa por ser bella le dice a las demás que la verdadera belleza está en su interior. 

Que por qué las editoriales les publican libros, preguntan otros. Pues porque sus fanáticos van a salir a comprar cualquier tontería que hagan: las editoriales lo saben y les ofrecen dinero para que escriban, les hacen corrección de estilo, los acompañan en la redacción, les asignan gente que los asesore y listo. Éxito garantizado. Por si no lo sabía, la mayoría de editoriales sólo publican títulos que tengan una buena salida en el mercado y estos libros, los que compra la gente, no suelen ser ni los más inteligentes ni los de mayor calidad literaria.  

Por eso, pienso yo, antes de quejarnos de estos emprendedores de la estupidez hay que entender que la banalidad y el fanatismo no son invento ni de los youtubers ni de la Feria del Libro sino de la cultura de masas; es injusto e irónico que nos pongamos en el plan de acusar de tontos a los seguidores de los youtubers cuando llegamos  a la casa a ver realities y telenovelas, o cuando defendemos a muerte a un político de pacotilla que nos lavó el cerebro, o cuando nos creemos el cuento de las necesidades creadas por el mercado y corremos a comprar el último carro o el último celular. Todos caemos en el juego de la cultura de masas y somos tan arrogantes que nos atrevemos a juzgar los fanatismos de los demás mientras ocultamos los propios, aún peor, los seguidores de estos youtubers no suelen tener más de quince años y con el tiempo se les pasará la pendejada, pero a nosotros no.

En lugar de desgastarnos criticando a estos ídolos de barro que se alzan en este mundo digital y globalizado, deberíamos preguntarnos cuál es su fórmula secreta para que millones de adolescentes los sigan, qué es lo que ofrecen estos nuevas formas de comunicación que fascinan a tanta gente, cómo los procesos de lectura y escritura se han adaptado a estas nuevas tecnologías que ya son parte de nuestra cotidianidad y cuál es nuestro rol como escritores, como educadores y como padres.

Los que estamos comprometidos con la literatura y la educación deberíamos dejar de mirar con desdén a las redes sociales y más bien aprender de ellas vinculándolas a nuestro ejercicio profesional. Un buen ejemplo de lo que podemos hacer son los booktubers, que empiezan a ganar público haciendo videoreseñas de libros. Ahí le dejo la inquietud a don Adolfo de Francisco Zea y a los demás miembros de la Academia Colombiana de la Lengua porque está demostrado que ya nuestros jóvenes no están para oraciones en latín ni para cátedras rancias sobre El Quijote.

Twitter: @andresburgosb