Mucha preocupación me ha generado la posibilidad de que se convierta en ley de la República un proyecto de ley impulsado por el Centro Democrático que busca restringir la libertad de cátedra de los profesores.
Lo primero que me inquieta es saber cómo se va a redactar esta ley que según el representante Edward Rodríguez, del Centro Democrático, busca sancionar a los docentes que promuevan “ideas políticas o [realicen] proselitismo a favor de alguna ideología”. Hasta donde yo sé, el sujeto es una entidad política que en sus acciones y sus discursos siempre está reproduciendo alguna ideología, y que se construye y se deconstruye con relación al otro, es decir, que establece relaciones de poder de acuerdo a su experiencia e interacción, así que no sé cómo va a hacer el representante para negarnos a los docentes una característica humana esencial e innata, a menos de que se quiera pasar por la galleta, como suelen hacer en su partido, todo el conocimiento acumulado de siglos de Filosofía.
Si acaso los asesores del representante logran superar este primer escollo epistemológico, se encontrarían enseguida con un problema semántico, porque la palabra “proselitismo” es equívoca, inexacta y tendenciosa. Si nos atenemos a la definición que de esta palabra tienen en el Centro Democrático, los profesores nos encontraremos ante la imposibilidad de hablar de sostenibilidad, de derechos humanos, de historia patria, de literatura, de música, de arte y de cualquier otra cosa que no se adapte a los postulados neoliberales y conservadores del uribismo, de lo contrario seríamos tachados de hacer proselitismo a favor del Castrochavismo.
Por ejemplo, en cuanto a Literatura, que es mi especialidad, me quedaría prohibido volver a hablar de García Márquez, por comunista, pero eso es solo el ejemplo por antonomasia, porque si me pongo a hilar fino, estaría ante la censura absoluta: no más ensayos de William Ospina, mamerto consumado, ni cuentos de Arturo Alape, vulgar guerrillero; no podría volver a hablar del Proyecto de Modernidad porque sería decirles a mis estudiantes que el capitalismo viene fracasando desde la primera mitad del siglo XX; no podría contextualizar a la Generación del 98 porque fue promovida por anarquistas; ni riesgo de hablar del Modernismo, que es una queja contra el imperialismo cuando no contra el capitalismo, ni qué decir del espíritu romántico del siglo XIX, quedaría proscrito porque eso no produce dividendos. Todas las representaciones literarias del conflicto armado quedarían anuladas porque para los del Centro Democrático el conflicto armado ni siquiera existe, y con ellas también quedarán en el olvido los bellos poemas de María Mercedes Carranza sobre la violencia paramilitar… y así con prácticamente cualquier producción literaria, que es, como sabemos, el lado B de la historia, la versión de los vencidos.
Y no solo quedaría restringido el contenido sino también el desarrollo de habilidades. Tendría que silenciar de inmediato al estudiante que haga ejercicios intertextuales entre las obras que lee y su realidad: si leemos Antígona de Sófocles, por ejemplo, habría que dejar de lado la discusión política que se genera cuando el tirano quiere legislar sobre la privacidad de los ciudadanos, asunto tan vigente por estos días; si leemos La Caverna, de Saramago quedaría prohibido hacer la analogía obvia del Centro Comercial de la novela con el capitalismo salvaje de nuestros días… habría que decirle a los niños que no analicen, que no reflexionen, que no critiquen, cosa que haría felices a muchos uribistas pero que es prácticamente imposible de llevar a cabo: por más autoridad que pueda yo tener, por más obediencia que se me profese o por más censura que se me aplique, mis estudiantes siempre serán libres para pensar.
Con ternura abrumadora, el representante del Centro Democrático dice que no solo es para restringir el adoctrinamiento de izquierda sino también el de derecha. No le creo, pero siendo así, tampoco podríamos hablar en clase de Dalí por ser franquista; ni del Futurismo, cuyo principal exponente, Marinetti, fue ferviente seguidor del Partido Fascista italiano… Al pobre de Vargas Llosa le iría mal por partida doble, por su pasado comunista y por su presente godo.
Me preocupa también lo que será de la dimensión actitudinal del estudiante: me imagino que ya no podré hablarles de empatía sino que ahora tendré que recalcarles que el que es pobre es porque quiere. Y habrá también que olvidarse de volver a recibir regalos en el Día del profesor por temor a ser acusado de una especie de cohecho pedagógico. Lo importante ya no será compartir, fea costumbre comunista, sino competir, como buenos neoliberales…
Mentiras, en realidad no estoy preocupado. El proyecto de ley promovido por el Centro Democrático, además de ser dictatorial y ridículo, es inconstitucional y jamás va a pasar a ser una ley de la República, ni siquiera en una república tan atrasada y corrupta como Colombia. Pero lo que sí me preocupa es que, ante semejante disparate, seamos los profesores los que tengamos que salir a dar explicaciones mientras la sociedad colombiana sigue esperando a que tantos interrogantes sean respondidos.
Twitter: @andresburgosb