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Odio los libros de superación personal y todos los mensajes que se derivan de ellos en las redes sociales; por muchas razones, principalmente, porque venden ideas erradas de lo que es el progreso, la vida y la felicidad y porque usan ejemplos superficiales y excepcionales como norma. 

Para desarrollar mi tesis y para liberarme de tanto odio, que jamás conviene, voy a tocar aquí un par de ejemplos, pero prometo que esta no será la única publicación al respecto porque tengo mucho que decir en contra de esta pseudocultura de la felicidad. 

Para iniciar, quisiera tocar un tema que me ha venido dando vueltas desde hace mucho y tiene que ver con los textos apócrifos que les endilgan a reconocidos escritores, que acompañan con imágenes dulzonas y que, claramente, nada tienen que ver con la ideología de quien supuestamente los firma. La intención es clara: darle peso de autoridad artística, literaria o científica a cualquier tontería que reafirma la ingenua idea de que somos especiales y trascendentales. Textos apócrifos hay muchos, he visto a Sartre alabar el amor romántico (sí, Sartre), a Borges dando lecciones de moral y a García Márquez haciendo definiciones cursis y falaces sobre el valor de la “verdadera mujer”, pero quisiera extenderme en la grosera mixtificación que hacen de Saramago, con su famosa y falaz “definicición de hijo”. 

Saramago era un pesimista: a través de sus novelas plantea una y otra vez el fracaso de los sistemas que nos rigen, como el capitalismo y la democracia. Además era un ateo declarado y militante, autor del polémico “Evangelio según Jesucristo”, así que difícilmente va a aseverar que “un hijo es un ser que Dios nos prestó” o a implorar que “Dios bendiga siempre a nuestros hijos”.  Jamás diría el autor de “La caverna” que ser padre “es un acto de coraje” porque esta idea implica sacrificio y abnegación, propias de modelos como el capitalista y el religioso, ajenos a su voluntad crítica. 

Al margen de la falta de respeto y la completa descontextualización de la obra de Saramago, este tipo de mensajes invierten convenientemente los valores de una sociedad que de por sí ya está patas arriba: poner a una figura de las dimensiones del autor portugués (obsérvese que en la imagen se aclara que es nobel de literatura) a avalar la irresponsabilidad reproductiva es una manera de validar un discurso en el que los errores son mensajes cifrados de los dioses y en el que “el universo conspira” a nuestro favor, como diría el patético Coelho. 

En oposición a lo que le achacan al pobre Saramago en Facebook, una frase que sí dijo fue: “No es que yo sea pesimista, es que el mundo es pésimo”. Deberíamos ser más como Saramago, el verdadero Saramago, y untarnos un poquito de su pesimismo bien estructurado y pensante para abandonar por medio de su lectura tantos relatos de superación, tanto amor propio y tanta megalomanía que nos tienen en la complaciente burbuja de la autosuperación.

@naburgosb  

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