Leí una columna en el portal “Las dos orillas” que me dejó atónito, basta con el título para darse una idea del contenido: “La estupidez de pagar una boleta de Bad Bunny en dos millones de pesos”. Ramón Sanabria, autor del texto, plantea básicamente que no es justo pagar tanto por un artista que no es buen cantante ni tiene el reconocimiento internacional de otros artistas que han venido al país vendiendo boletas más baratas.

Me dejó atónito el tonito evangelizador por una parte y, por otra, porque si usamos el mismo criterio del autor para cualquier otro producto cultural, fácilmente tendríamos que renunciar a todo tipo de entretenimiento.

Es cierto que Bad Bunny, musicalmente hablando, puede dejar bastantes inquietudes en sus oyentes, pero llegar a un consenso sobre lo que está bien y lo que está mal en la cultura no solo es utópico, sino aquí sí, estúpido. Por ejemplo, muchos expertos en música aseguran que el punk y el grunge son géneros musicales malísimos técnicamente, no por eso los voy a dejar de consumir ni van a dejar de significar el fenómeno cultural que marcó al menos a tres generaciones; las telenovelas suelen tener personajes planos y sus argumentos son terriblemente predecibles, no por eso mis tías van a dejar de verlas… tanto o más podría decirse del cine de Hollywood, del fútbol, de algunas corrientes literarias y de cualquier espectáculo popular. En esa lógica reduccionista y obtusa, estúpidos somos todos: mis amigos que disfrutan del fútbol, mis tías que ven telenovelas, quienes leen libros de superación personal, los que consumen las películas de Disney… Me imagino que don Ramón, siendo coherente con su opinión, no consume nada de lo que acabo de mencionar, faltaba más.

Yo creo que querer ir a un concierto de Bad Bunny, cuyas boletas se ofrecen desde los 50.000 pesos, no es un asunto meramente musical sino una experiencia cultural regida por la vicisitudes del mercado. El valor de un producto cultural no está determinado por su calidad estética sino por el consumo; y si a la gente le gusta Bad Bunny, su música, lo que representa o simplemente es un gusto adquirido por alienación, pues igual, que se lo gocen y sean felices. En eso consiste la vida, ¿no?

Termino con un consejo no pedido: hay que huirle a esa gentecita que desde su pedestal moral-intelectual le van diciendo al resto de mortales qué es lo que está bien y lo que está mal, porque con sus sonsonetes didácticos de pastor de iglesia terminan restringiendo, al menos simbólicamente, nuestras libertades.

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