Una vez más hemos graduado de héroe a un ciudadano común. Las redes sociales estallan de satisfacción ante tal manifestación de justicia suprema: que un ladrón sea atropellado por la víctima es como un orgasmo cultural para una sociedad profundamente frustrada como la nuestra.
Yo puedo entender que eventualmente alguien use la violencia para defender sus derechos, pero lo que no me cabe en la cabeza es que tanta gente lo celebre como si fuera una victoria contra el crimen o un ajuste de cuentas al mejor estilo mafioso. Yo creo que esos miles (quizás millones) que celebran la justicia por mano propia en realidad tienen poco interés por la integridad de la víctima o por su propiedad privada. Creo que lo que los empuja al éxtasis es más bien la subversión de valores, el simbolismo que implica que el débil se emancipe, como cuando un arquero hace gol o cuando la presa logra matar al depredador. Una víctima que agrede a su victimario es el triunfo del karma, es la representación cruda de que más allá de lo institucional o lo civil, hay un sistema de justicia que puede funcionar, un sistema elemental y violento, primitivo, como la ley de la selva o la del Talión. A eso nos ha llevado la ausencia de estado: a un escenario premoderno de indignación arcaica que celebramos como si la ciudad fuera el circo romano.
Lo interesante del asunto, y quizás en eso radica la celebración popular, es que todos tenemos claro que los buenos casi nunca ganan. Generalmente te roban y si opones resistencia te matan, por eso nos aferramos al héroe anónimo que rompe el patrón y nos hacemos pajazos mentales para creer erróneamente que “la ciudadanía está despertando”. Pero no, al contrario, la sociedad toda está en un proceso de involución espectacular que nos va a llevar un poquito más rápido al despeñadero.
Como en todo, las acciones individuales no se pueden generalizar; así nuestra sed de venganza nos lleve a pensar lo contrario, lo cierto es que enfrentarse a un ladrón y asumir el rol de héroe nos puede salir muy caro, no solo a quien lo intente, que podría pagarlo con su vida, sino a la sociedad, porque la está sumergiendo (más) en un ciclo de violencia del que es difícil escapar.
Para muchos, Batman es un héroe que lucha contra las fuerzas del mal; para otros, es un paramilitar extravagante con grandes vacíos emocionales. Yo me decanto por la segunda opción.