Uno de los postulados de la superación personal y de todas sus variantes es una carrasposa necesidad de exaltar el indiscutible talento del individuo, así que quienes no pueden reafirmar sus virtudes en la cotidianidad se encuentran con una serie de mensajes dulzones que les dicen, contra toda evidencia y contra todo pronóstico, las frasecitas esperanzadoras que necesitan oír. 

El individuo entonces deja de identificarse como tal para convertirse en un espectador ideal que potencialmente tiene la capacidad de cambiar el mundo, un ser humano que por el simple hecho de existir ya posee en su corazón la capacidad de triunfar, que tiene las metas claras y que no va a permitir que la hostilidad del mundo diezme sus deseos de alcanzarlas. Sin embargo, la imprecisión de estos mensajes cae en la misma categoría de los horóscopos o los pronósticos del Ideam: no se basan en evidencias cuantificables o en contextos verosímiles, solo son generalizaciones bonitas que aunque parecieran inocuas, realmente afectan nuestra forma de relacionarnos, muchas veces sin que ni siquiera nos demos cuenta de su toxicidad.  

Podríamos pensar que no hay nada de malo ver en el timeline de Facebook una imagen bonita con un mensaje del tipo “puedes lograr todo lo que te propongas”, pero sí que lo hay, porque la teoría no se compadece con la práctica, principalmente por dos cosas: porque el ser humano es un ser social que está sometido a un contexto que no controla y porque el individuo es un ser falible. 

En cuanto a lo primero, habría que decir que pese a todos los manuales de superación, lo cierto es que vivimos en un mundo caótico y miserable que no desaparece cuando leemos a Daniel Habif o cuando ponemos en práctica los consejos del coach de moda. Y esto pasa porque no basta con ser individuos especiales, hay un sistema que nos restringe tanto de manera simbólica como pragmática: así no queramos, estamos condenados a voluntades políticas, al sometimiento comercial de las grandes potencias y de las corporaciones, a relaciones de poder que influyen en nuestras decisiones personales y, en fin, a mil eventos, contextos y procesos que nos delimitan hasta el extremo nuestra libertad individual. 

Y habiendo superado el contexto, también habría que hacer una reflexión personal: tal vez no seamos tan especiales como creemos porque casi nunca bastan las ganas y la disciplina para alcanzar el éxito. Quizás debamos empezar por admitir que no somos ni tan talentosos ni tan bonitos como nos ha hecho creer la industria de la masturbación cultural. Solo somos personas corrientes, individuos de una especie venida a menos, seres imperfectos con carencias afectivas, con duelos sin resolver y con poco tiempo libre para hacer una verdadera introspección. Tal vez por eso es que preferimos consumir frases de cajón que nos generen la ilusión de ser especiales cuando en realidad son solo excusas para no pensar, porque si pensamos nos acabamos de enloquecer. 

@naburgosb