El fanático divide al mundo en dos bandos: los buenos y los malos. Los buenos son aquellos que piensan igual que el fanático, los malos, aquellos que tienen una opinión diferente. Para el fanático no hay escala de grises: como algunos animalitos, solo ve en blanco y negro.
El fanático es emocional, no puedes hablarle a un fanático desde la evidencia histórica o desde las estadísticas porque no las asimila. En consecuencia, el fanático no cambia de opinión porque sus posturas no provienen de ejercicios racionales sino que involucran todo su ser, renunciar a su objeto de adoración es renunciar a su propio ser, es dejar de existir.
El fanático es un cirujano: es capaz de diseccionar milimétricamente la realidad para alimentarse de los hechos que reproducen su ideología mientras desecha toda la evidencia opuesta que desestabiliza sus creencias. Esta miopía le permite indignarse por las injusticias del mundo que le afectan y a la vez, celebrar que estas mismas injusticias afecten a sus contradictores.
El fanático exagera las ganancias y minimiza las derrotas.
El fanático es violento: un padre de familia que va a apoyar a su equipo de fútbol puede convertirse en cualquier momento en un vándalo. El fanático convive con un mostruo que se alimenta de sus miedos y su desesperanza.
El fanático necesita pertenecer: el sentido de pertenencia es lo que le permite al fanático creer que sus percepciones son reales porque se rodea de personas que piensan igual, consume noticias que le dan la razón, sus redes sociales reproducen sus mismas opiniones y todo a su alrededor ensalza su postura. Los terraplanistas creen ser millones.
El fanático es fácilmente influenciable: a diferencia de lo que cree, el fanático está dispuesto a creer cuanta tontería ve en internet siempre que reproduzca su ideología, el fanático suele consumir noticias falsas o descaradamente manipuladas y las incorpora a su experiencia de vida como parte de una historia que justifica su fanatismo. Las corporaciones, los poderosos y los grandes medios conocen muy bien al fanático y se aprovechan de él: si el fanático cree que Cristiano Ronaldo es mejor que Messi, Nike siempre le dará la razón.
El fanático se lo toma todo personal: discutir con un fanático es exasperarlo porque no puede tomar distancia de su objeto de adoración. Cada palabra que pronunciemos contra sus creencias, por bien cuidada, por imparcial que parezca, será tomada por el fanático como una afrenta contra su estilo de vida e incluso contra su existencia.
Finalmente, esta es su carácterística más interesante y a la vez la más peligrosa: el fanático jamás se reconocerá como fanático. Muy al contrario, el fanático suele creer que es culto, analítico, perspicaz… está convencido de que sus opiniones expresan la única verdad posible y habla con seguridad. Quien se atreve a contradecirlo es tachado, irónicamente, de fanático.