¿Qué tiene de malo la superación personal? ¿Por qué es tan grave que millones de personas consuman sus productos? ¿acaso no tiene el noble propósito de hacernos mejores personas?

Me han formulado estas preguntas y otras similares en muchas discusiones al respecto. En efecto, en una primera mirada no observamos nada de malo con que un individuo reciba a diario mensajes optimistas sobre su futuro o tips para que sea más disciplinado; es más, estos mensajes, además de transmitir “valores positivos”, también funcionan como medio de entretenimiento para pasar las amargas horas que un trabajador promedio debe permanecer en el transporte público o encerrado en un cubículo frente a un computador.  

La respuesta corta, sin embargo,  es que estos contenidos no son buenos para nadie principalmente por dos grandes razones; primero, por la modificación de la autopercepción, de la que hablaré en entradas posteriores y, segundo,  por la reproducción de la promesa capitalista:

Una de las premisas fundamentales del capitalismo es garantizar que la clase trabajadora produzca más capital del que devenga y que, sin embargo, permanezca trabajando sin rebelarse. Para conseguir este absurdo el sistema ha diseñado una serie de aparatos culturales que mantienen la esperanza en un mañana próspero, como el consumismo y la meritocracia, lo que lleva a los trabajadores a que, pese a estar siendo explotados, encuentren en ello una razón de ser, una esperanza. Así las cosas, cualquier fallo del sistema (pobreza extrema, autoexplotación, desigualdad…) se le achaca al individuo o a un enemigo externo pero jamás a los problemas estructurales que produce el capitalismo. 

Este razonamiento cruel pero eficiente ha sido retomado por la superación personal que se ha encargado de definir rutinas, establecer maneras y programar formas de funcionar mejor en el capitalismo: placebos que se nos venden  envueltos en papel de regalo  y con etiquetas rimbombantes.  Con el tiempo y la experiencia, el consumidor de superación personal descubre que no basta con tener una rutina de empoderamiento en la mañana, que no es suficiente con la programación neurolingüística y que se necesita algo más que  “decretar” que el “universo conspire” a su favor para alcanzar la felicidad.

Un niño como el de la imagen, por ejemplo,  difícilmente logrará alcanzar sus ilusiones porque salir de la pobreza en Colombia tarda en promedio 330 años y, una vez afuera, es más fácil caer de nuevo en ella que llegar a la clase media. Y estamos hablando de salir de la pobreza, es decir, ganar más de 396.000 pesos al mes, condición que no permite tener bienes básicos ni una vida digna… Comprar un Camaro le costaría al menos cuatro siglos más. 

(Claro, los gurús de la superación personal te dirán que sí se puede lograr todo lo que sueñas  y que hay muchos ejemplos que dan fe de eso, pero se les olvida mencionar que esos casos son excepciones a la regla o vulgares inventos para que inviertas tu poco dinero en un esquema piramidal)

Un mensaje como el que acompaña la imagen no solo es estadísticamente falso sino irremediablemente deshonesto, pero resulta convincente porque relacionamos el éxito y la felicidad con la falsa premisa de que si nos esforzamos lo suficiente, algún día podremos comprar cosas bonitas. 

En conclusión, la superación personal no funciona porque está enfocada en reproducir una idea del progreso imposible de alcanzar para el individuo, un concepto ligado desde sus raíces a la misma promesa fallida que el capitalismo viene explotando desde el siglo XVII y que resulta muy parecida a cualquier concepción religiosa de la vida eterna: «esfuérzate que algún día, en esta vida o en la otra, obtendrás los frutos de tu sacrificio». 

@naburgosb