“Si te esfuerzas lo suficiente algún día progresarás” dicta la vieja promesa capitalista que pocas veces se cumple. El individuo que se cree esta mentira realmente se esmera en alcanzar el éxito por medio de su labor y traslada inconscientemente este esfuerzo desmedido a su esfera privada: conceptos como “producir” “competir” y “monopolizar”, propios del ámbito capitalista, son usados como mantras en la cotidianidad del trabajador enajenado a tal punto que quien logra tener algo de tiempo para el ocio se siente mal por no estar produciendo. Esto es lo que el filósofo coreano Byung-Chul Han llama la autoexplotación, que podría definirse como la voluntad del individuo de permanecer siendo explotado por fuera de cualquier sometimiento más que el propio. 

Esta autoexplotación está tan arraigada en nuestros modos de ser y de producir que muchos la llegan a considerar una fuerza inherente al ser humano, cosa que no es para nada cierta si nos atenemos a lo que dice la Historia: ni los cazadores de la Prehistoria, ni los primeros recolectores, ni los campesinos de las primeras civilizaciones, ni siquiera los vasallos del feudalismo trabajaron tanto en promedio como trabajamos desde el advenimiento de las sociedades industrializadas capitalistas; al contrario, todos nuestros antepasados tienen en común que pasaban largos ratos de ocio al día, lo que les permitía explorar la condición humana desarrollando talentos o reflexionando sobre la existencia… Es decir, eso que nos venden como parte del espíritu humano y motor fundamental en nuestra evolución, no es más que un invento efectista que no tiene más de 300 años. 

Como veíamos en la entrega anterior, la superación personal refuerza el modelo capitalista por lo que no es de extrañarse que la autoexplotación sea uno de los ejes de sus contenidos. Esta se nos presenta no como lo que es, sino como una fuerza poderosa que cualquier humano puede desarrollar y que lo va a llevar a alcanzar el éxito más pronto que tarde. Bajo la sombrilla de palabras tan elocuentes como “disciplina”, “amor propio”, “autoestima”, “desarrollo personal”, etc, se exhorta al consumidor de superación personal  a “ser mejor cada día” con pequeñas modificaciones en su rutina que lo harán más productivo.   

Su fórmula se resumiría en algo así: 

Mayor tiempo de dedicación = mayor eficiencia = mayor posibilidad de cumplir los objetivos.

Por eso, invariablemente de la pseudociencia que proclamen o de los objetivos que se proponen, estos autores hablan de lo indispensable que resulta estructurar mejor las rutinas del día para hacer tiempo y así alcanzar el progreso. Esto implica básicamente tres cosas: madrugar más, acostarse más tarde y aprovechar los tiempos muertos… Hay charlatanes que sugieren que una mente exitosa se levanta a las 4:00 am y se acuesta a las 11:00 pm, otros invitan a escuchar audiolibros (de superación personal, por supuesto) en el camino a casa e incluso uno que vi hace poco (lo pueden encontrar como @LLados en Instagram) tiene la osadía de plantear que “dormir ocho horas es de pobres”. Estos gurúes convencen a sus seguidores de que el primer paso para alcanzar el éxito es madrugar y citan “ejemplos de éxito” como la sociedad japonesa, en la que los individuos son más productivos en el día, en el año y en su vida, incluso creen que hay una relación directa entre la productividad diaria japonesa y la longevidad de sus ancianos.

El problema es que esa fórmula ya se aplica y no funciona: desde comienzos del siglo XX diferentes disciplinas, incluyendo la Economía, han demostrado que trabajar más no hace al individuo más productivo ni más feliz; todo lo contrario, sus largas rutinas afectan sus relaciones familiares, le causan diferentes problemas de salud, lo asfixian quitándole el sagrado derecho al ocio y lo terminan sepultando sin haber logrado mayor cosa en vida. Por eso, desde hace años las empresas más progresistas y los gobiernos de países desarrollados han venido implementando jornadas laborales más flexibles con la posibilidad de descansar tres días a la semana, porque un individuo con más tiempo libre es más feliz y la felicidad genera mejores procesos en todo sentido, desde los macroeconómicos hasta los digestivos. 

Colombia, por ejemplo, es el país más madrugador del mundo y a la vez es el menos productivo de la OCDE. ¿Quiere decir esto que los colombianos no nos estamos esforzando lo suficiente o que somos pobres porque queremos ser pobres? Claramente no… Los colombianos no somos productivos porque tenemos problemas estructurales que no nos permiten producir y estas dificultades macroeconómicas afectan al microcosmos de la familia también. 

Es cierto que habrá personas que necesiten estructura en sus vidas porque tienen el talento y los recursos para progresar pero carecen de disciplina, a ellos seguramente les servirá en alguna medida este tipo de consejos, pero lo cierto es que en nuestro país las cuentas no dan: la mayoría de la fuerza laboral es informal, las empresas pagan salarios indignantes; en Bogotá, por ejemplo, cualquier usuario se pasa entre una y dos horas de su vida en un trayecto del transporte público; la mayoría de familias viven con menos de un salario mínimo, emprender es prácticamente imposible si no hay contactos y capital y, en fin,  un largo etcétera que no permite que eso que se ve tan bonito en el papel pueda ser llevado eficazmente a la realidad. No basta con la disciplina individual porque los problemas estructurales requieren soluciones estructurales. 

Por eso me resulta infame que se le diga a una madre cabeza de hogar, que se levanta a las 4:00 am a hacer mil cosas antes de irse a trabajar, que le falta disciplina; o que se exhorte al celador que hace turnos de 24 horas a escuchar un audiolibro sobre cómo invertir el dinero que no tiene mientras va apretujado en Transmilenio.  

Las consecuencias inmediatas de seguir estos consejos irresponsables ya todos las podemos prever: estrés, ansiedad, insomnio, irritabilidad, violencia intrafamiliar etc. A largo plazo esta autoexplotación genera depresión y con la depresión llegan los suicidios y las muertes por exceso de trabajo (como en el caso de Japón, que les encanta poner de referente). Las estadísticas alarman y van en aumento: un 64% de los trabajadores colombianos se consideran adictos al trabajo… esta cifra haría feliz a más de un gurú de la superación personal hasta que entendemos que no tenemos un 64% de ricos en el país y que, como las horas del día no son infinitas, estos workaholics le quitan tiempo de calidad a sus familias que quizás los necesiten más que sus empresas o sus proyectos. 

La superación personal es cruel porque vende sueños que ya vienen rotos, sus tácticas son falibles y mentirosas y sus remedios, a largo plazo, resultan peores que la enfermedad que pretenden curar. Yo no tengo fórmulas secretas para alcanzar la felicididad pero estoy seguro de que el camino al éxito no pasa por la autoexplotación. 

@naburgosb