Recuerdo que hubo un tiempo en que los gurúes que daban consejos sobre el amor y las relaciones interpersonales eran personas que conocían del tema: recuerdo, por ejemplo, haberme leído un par de libros de Walter Riso, doctor en Psicología y experto en relaciones de pareja; recuerdo también haber leído “El arte de amar” de Erich Fromm y haber escuchado a algunos conferencistas que se apoyaron en él y en los aportes filosóficos de la Escuela de Frankfurt; recuerdo algunos poemas de Pizarnik y de Rosario Castellanos que, si bien no intentaban dar consejos, retrataban de manera hermosa las consecuencias de las relaciones tóxicas…
Hoy en día, lo que podríamos denominar el “coaching del amor” se ha degradado a niveles inimaginables donde el factor común es el machismo y el sectarismo. Pasamos de la idea de que “todas las relaciones humanas son relaciones de poder” a escuchar a gentecita minúscula que reproduce y alienta estas relaciones de poder; pasamos de analizar el discurso amoroso para encontrar en él pistas que reproducen el maltrato a reproducir un discurso amoroso abiertamente maltratador. Los coaches de hoy, seguidos por millones de adolescentes desorientados, no son más que gente igual de insegura y confundida que sus seguidores, que no tienen claras las categorías de las que pontifican y que han convertido un campo que merece atención en la zona de juegos de un jardín de niños.
Este recreo que se ha instalado como uno de los contenidos más vistos de las redes sociales, ha creado sus propias “categorías de análisis” con definiciones inexactas, violentas y tremendamente ingenuas; hablan, por ejemplo, de los “redpills”, de “la teoría del muro”, del “bodycount”, de “incels” y de “hipergamia”; todos estos, términos que parten del desconocimiento general de los Estudios de género, de la Psicología y del más corriente análisis lógico.
Una de las ideas que más se promueven en estos espacios es la del “macho proveedor”, que, en resumidas cuentas, reza que el hombre tiene una función en la relación que consiste en proveer (dinero, principalmente) mientras que la mujer tiene una función pasiva, reproductiva y de crianza como, según dicen, es el decreto de la naturaleza y de la historia. Cualquier biólogo o historiador que me lea ya se habrá enterado de la falsedad del postulado porque hay mil estudios que demuestran que ni en la naturaleza ni en la historia el macho ha sido el proveedor. Los gurúes del amor se sorprenderían si entendieran que lo que hoy conocemos como matrimonio no surgió de la consecuencia natural de la dialéctica Proveedor-proveída, sino de una necesidad mucho más material y pragmática, la de conservar la propiedad privada.
En realidad, la idea de que es el hombre el que provee es un mito que nos ha sido heredado desde hace algunos siglos y que tomó fuerza con la Revolución Industrial y la consolidación del capitalismo como modelo económico. Históricamente la mujer ha sido una fuerza laboral indispensable en muchas tareas del campo y de la industria, como es apenas obvio si entendemos que son la mitad de la población mundial.
Ahora, si estos influencers se refieren a que quieren volver al modelo de familia de generaciones anteriores, es decir, al promovido en gran parte del siglo XX en “Occidente” y que definía un hogar como aquel en el que el hombre sale a trabajar todos los días y la mujer se queda en la casa criando a los hijos, también habría que hacerles algunas aclaraciones: la primera y más obvia, es que el trabajo doméstico es trabajo no remunerado y que sin esa carga laboral asumida por las mujeres, hubiera sido imposible que “el macho proveyera” algo; en segundo lugar, el mismo verbo “proveer” es problemático porque no es la palabra más apropiada para explicar que el hombre vende su fuerza laboral a cambio de un salario que le permite adquirir bienes y servicios y que, a su vez, esta dinámica lo aleja de su familia y lo aliena; además, en cualquier caso será más pertinente hablar de “proveerse” porque no es un sacrificio que hace por otros, “por la manada”, sino principalmente por su propio beneficio.
La tercera aclaración merece un párrafo aparte: como es bien sabido (no por estos influencers del amor, por supuesto), las condiciones materiales determinan las relaciones sociales, así que si hay un cambio en las condiciones económicas esto afectará profundamente las relaciones interpersonales: en estos términos, con el advenimiento del Neoliberalismo, el macho proveedor se vio imposibilitado de proveer lo suficiente para su hogar, lo que obligó a las mujeres a trabajar para complementar un salario combinado que garantizara una vida digna. Tristemente, las mujeres que desde los años 80 hacen parte fundamental de la fuerza laboral, no dejaron de lado sus cargas domésticas sino que doblaron su jornada de trabajo, lo que las oprime de diferentes formas pero a la vez las empodera, porque la autonomía económica trae consigo emancipación y control sobre sus propias vidas.
Así las cosas, un influencer que nos invita a ser el “macho proveedor” lo que en realidad nos está diciendo es que considera que el hombre debe tener el control en la relación y que ese control se rige por el poder económico, pero como no es tan honesto para plantearlo en esos términos, se inventa una teoría falaz alrededor de sus prejuicios para perpetuar el machismo y de paso ganar dinero a costa de la violencia simbólica contra las mujeres. Por otra parte, cuando sus seguidores se encuentran con que, en términos generales, una mujer autónoma económicamente no va a querer relacionarse con alguien con un discurso tan pobre como el del “macho proveedor”, se encuentran con que deben adaptarse a las circunstancias si no quieren quedarse solos. Por esta razón, los mismos coaches del amor complementan su sonsonete con la idea de que las mujeres jóvenes (entiéndase sin dinero) son mejores en todo sentido, y se inventan términos y estadísticas para sonar equilibrados: dicen entonces que las mujeres coetáneas a los hombres ya están viejas y no sirven para tener una relación amorosa y a esto le llaman la “teoría del muro”, otro término muy interesante que analizaré en otra entrada pero que básicamente replica las mismas concepciones machistas a las que se aferran los hombres que no comprenden que el mundo evoluciona y que, a ellos sí, los está dejando el tren.