Recientemente vi en Netflix el documental “No estás sola” que retrata toda la revictimización que sufrió Lucía, una mujer que fue violada por cinco hombres en el marco de las fiestas de San Fermín. en Pamplona, España. A sus 18 años y pese a haber sufrido semejante agresión, Lucía tuvo que enfrentar, además, una serie de trabas burocráticas, prejuicios machistas y miles de comentarios que la culpaban por lo sucedido.
Su caso fue emblemático y el grupo se agresores fue mundialmente conocido como “La manada”, mismo nombre del grupo que tenían en Whatsapp, cuyos mensajes dejaron en evidencia que actuaron premeditadamente y que no era la primera vez que atacaban. Sin embargo y pese a la evidencia abrumadora, el despliegue mediático a favor de los victimarios fue desconcertante: el abogado defensor se paseó por los principales medios de comunicación de España reproduciendo mentiras que millones de personas compraron, se mostraron los rostros derrotados de los agresores, se indagó por su salud mental en el encierro, se entrevistaron a familiares y amigos que juraron y perjuraron que eran buenos hijos, buenos, hermanos, buenos hombres…
Algo parecido pasó con el caso de Dani Alves, exjugador de fútbol recientemente condenado por violación: aquí de nuevo, pese a la contundencia de la evidencia, se exploró la faceta del héroe venido a menos, del jugador famoso que cometió un error y arruinó su vida, o peor, del héroe que fue falsamente juzgado por una mujer que busca atención y dinero.
En ambos casos las consecuencias fueron parecidas: unas condenas risibles que no dan cuenta del daño que los victimarios causaron, la sensación de que la justicia no es confiable cuando se trata de juzgar casos de violencia de género y un ambiente enrarecido en la sociedad que le permite a los violadores ser vistos como víctimas de sus impulsos o como hombres inocentes que fueron injustamente condenados por mujeres manipuladoras.
Y estos casos son emblemáticos. Imaginemos por un instante cuál puede ser la realidad de miles de mujeres anónimas que denuncian agresiones sexuales. En Colombia, por ejemplo, el año pasado hubo 23366 denuncias por agresiones sexuales de las cuales sólamente el 7% se encuentran actualmente en etapa condenatoria, por lo que no es de extrañar que el 90% de este tipo de delitos quede en la impunidad absoluta. Estos datos son sobre denuncias interpuestas ante las autoridades de policía, dado el contexto de la realidad colombiana y la revictimización que supone la denuncia penal, se estima que son más los casos de mujeres que simplemente deciden no denunciar.
Y aún así, obviando cualquier sentido de realidad y de empatía, seguimos trivializando el daño inconmensurable que representa para las mujeres violadas tener que convivir con sus traumas y con un sistema judicial inoperante. Incluso, hay sectores tan ingenuos y a la vez tan violentos, que están más preocupados porque estas denuncias puedan ser falsas que por el abuso sistemático que sufren ellas. Afortunadamente, cada vez son más los colectivos de mujeres que tejen redes de apoyo para ayudar a las víctimas de agresiones sexuales, su voz, en contra de una sociedad machista que se niega a comprender la realidad, les recuerda a las víctimas que no están solas.