No tenemos ni idea de por qué nos sentimos ‘atacados’ por el otro. Peor: no queremos saberlo. Por eso, el caso del despido y reintegro de la profesora Carolina Sanín a la Universidad de los Andes, lejos de ser un caso cerrado, deja al menos una palabra en qué pensar de ahora en adelante: la ofensa.
Me ronda un verbo en la cabeza: ofender. Veo que pensamos en él frecuentemente. O tratamos de pensarlo. Siempre a nuestro favor.
Ayer, la Universidad de los Andes comunicó que acató el fallo de tutela que ordena el reintegro de Sanín a dicha institución (¡¿Otra, OTRA columna sobre esa vieja?!). Esta medida se tomó porque la profesora “afectó la convivencia” universitaria. Así lo evaluó la rectoría debido a denuncias hechas por la comunidad universitaria contra sus ofensas, por “disturbios” ocasionados en la universidad. Por haber comparado en medios de comunicación a Los Andes con una cárcel. Los Andes se ofendió. Y puf: despido. O sea que Sanín pudo no haberse inventado la comparación: su destitución y el posible reintegro de la profesora dice que rechazar el discurso del otro por sus ofensas es, en realidad, darle la razón a lo que dice.
En un comunicado que publicó Arcadia el 12 de diciembre del 2016, en el que Los Andes explicaba las razones por las que decidió echar a la profesora, se dice: “el detonante para iniciar el proceso disciplinario en cuestión tuvo que ver con múltiples denuncias y quejas por parte de miembros de la comunidad académica (estudiantes, profesores y egresados)”.
Sean quienes sean individualmente los pertenecientes a esa comunidad, a la rectoría le movió las fibras. De esa emoción dejó claro (en nombre de los afectados) que la ofensa tiene que ver con lo inadecuado. Lo inadecuado; no las mentiras ni lo incierto, ni con lo falso: “En dichas quejas, según sus autores, las expresiones de la Profesora fueron ofensivas e inadecuadas”, dice, tal cual. Sigue: “(…) Las mismas afectaron sensiblemente a la comunidad uniandina en general y particularmente a los suscribientes”.
Claro: sensiblemente. ¿Buscaron la definición de la palabra ‘ofender’? El propósito del acto es poner a prueba el amor propio de quien recibe la ofensa. En otras palabras: es retorcer el convencimiento de que uno es algo en vez de aquél nuevo nombre que le están poniendo.
Los “estúpidos, inmorales, incapaces” y el “flojo como el esfínter de su mamá” del Facebook de Sanín que hace un tiempo señaló Melba Escobar, según la lógica oficial uniandina, no son rechazadas por ser escatológicas, sino porque son ‘inadecuadas’. Porque en la oficina no puede haber rayones. Esa es la lógica que los ofendidos tienen: aquí no se puede decir esto. Pero no es solo aquí. ¡Es en cualquier parte!
Escobar, en su propia columna, lo ejemplifica perfectamente: “por (las ofensas de Sanín) se ha vuelto una costumbre hablar de ella en privado, como si estuviésemos bajo un régimen opresor y quienes opinamos que se te va la mano, que te pasas de violenta, de extrema e intolerante, lo decimos en voz baja, en pequeños círculos”.
La columnista señala ahí dos espacios a tener en cuenta: un espacio público (Facebook) que afecta directamente un espacio privado, allí donde “se habla en voz baja”. Ese efecto no es causado por Sanín. Quienes reaccionan son sus lectores y, mal que bien, a la profesora poco podría importarle esa reacción. ¿Que nos sentimos en un régimen opresor? Escobar nos da una gran lección de política, además: que los regímenes nacen del miedo que dejamos traspasar a nuestras cabezas. El duelo es de nosotros contra nosotros. Perder esa pelea, precisamente, es concederle el gusto de la razón al que quiere ofender.
¿Y la solución de la universidad fue eliminar el factor que generaba dudas sobre lo que los llamados “suscribientes” pensaban de sí mismos en su vida privada, acaso? Complicado. Complicado para los suscribientes. Para todos los ofendidos. Las instituciones no pueden andar aprobando la fuerza de lloriqueos que se hacen pasar como voces atacadas. No sé si sea el caso, pero esto es lo que Los Andes da a entender con lo que pasó no solo al echarla, sino también al acatar el fallo de reintegrarla.
¡Cómo olvidar a los Chompos, como ahora llamamos cariñosamente a Cursos y Chompos Ásperos Reloaded! (Que en paz descanse, por cierto). Mártires de la libertad de expresión, lo que hacían no era meramente “crear contenido ofensivo”. Acosaban: tomaban a personas específicas, como Carolina Sanín y Sol Fonseca (por nombrar solo los casos más representativos) para dedicarse exclusivamente a crear contenido que las afectara. Denuncias sobre la publicación de horarios de Fonseca para ir a pegarle patadas eran frecuentes. Memes con puños en el ojo no dejaron de circular.
Por eso, antes de dejarse ofender o no, hay que distinguir en qué le afecta a uno esa ofensa. No debemos ser como el periodista de Mañanas Blu, quien en una entrevista con Sanín insiste e insiste en que uno no debe ofender sin preguntarse qué se ofende y por qué. ¿Por qué te hiere? ¿Qué te hiere? ¿Es por estar en la universidad, o porque dudas de tus propias convicciones? Podemos hacer eso o quedarnos cómodos con nuestras emociones y deshacernos de Sanín. Me pregunto si los suscribientes a los que Los Andes les prestó atención se sintieron, efectivamente, acosados. Les propongo que entonces pongamos las cosas en su lugar: frente al espejo.
Maru Lombardo
Twitter: @puntoyseacabo