El tiempo se acaba, personas. No saben quién les miente más: si el que entró por la izquierda o el que irrumpió por la derecha. Quisieran ser un poco más moderados pero no tienen cómo mostrarlo, aj, qué rabia. El tiempo no tiene piedad, las redes sociales tampoco y nosotros, los que actuamos en los medios, menos: las noticias no paran; se acerca el momento de elegir, ¿qué van a hacer? ¿Qué hacemos? ¿Nos tomamos vacaciones, nos rompemos una pierna a propósito o votamos en blanco?
Lo sé, sé que es difícil leer OTRO texto tonto sobre por qué no deberían votar en blanco pero no estoy para que me nieguen que entre las huestes virtuales sí que está una de nuestras palabras favoritas desde hace más de dos semanas:
Voy a reformular el tan colombiano ‘Con todo respeto, pero…’ y me tomaré la molestia de anestesiarme antes de que ustedes lo hagan: no, yo no voy a votar en blanco porque, en principio, no puedo votar y punto. Soy ‘de afuera’ pero, si pudiera votar, definitivamente no perdería el tiempo siendo tan supremamente egoísta con la relación directa que tendría con este país.
Escucho, entre amigos y colegas, frases que se resumen en que el voto en blanco es respetable y aceptable. Eso no es discutible: claro que todos los ciudadanos tienen derecho a votar en blanco porque para eso existe y no es una casilla imaginaria en las papeletas electorales. Lamentable, eso, porque votar en blanco en este momento es una contradicción aunque sea una decisión electoral válida.
Si el voto es no solamente una papeleta en la que se señala una preferencia sino también una ‘expresión pública o secreta de una preferencia ante una opción’ la ecuación se vuelve un poquitín más clara: esa expresión es un derecho constitucional, claro, pero también una manifestación constante de nuestra preferencia política que trasciende los papeles, las elecciones y los candidatos.
Se expresa en nuestras conversaciones con traguitos de por medio, en nuestro enojo por el partido que odiamos, en nuestro activismo y en nuestras rabietas entre hashtags y tuits insoportablemente elocuentes. No traten de ser mejores; la abstención en Colombia en primera vuelta fue del 46,67 % pero la participación en redes sociales en la conversación en torno a política y el voto en blanco seguirá en auge. El voto no es solo una marca falsificable.
Los candidatos saben eso.
Les digo que no voten en blanco porque la expresión ciudadana de quienes lo hagan seguramente se va a quedar en la papeleta. Cuando no es temporada electoral, las conversaciones sobre política y ciudadanía en redes sociales bajan y empezamos a responder a otras coyunturas y distracciones que surgen en nuestras agendas tan propias, tan individuales; y ni hablar de quienes optan, con justa causa, aclaro, por no tomar una postura explícita frente a los ‘lados’ que se manejan en el discurso de Colombia.
Una vez sepamos quién será el próximo presidente, ¿qué tan rápido se van a olvidar de la decisión que tomaron?
Con esto no quiero decir, claro, que quienes voten por Gustavo Petro o Iván Duque automáticamente están redimidos de su participación política y ciudadana. Sin embargo, votar en blanco debería implicar que los ciudadanos que no prefieren ni uno ni otro candidato quisieran trabajar por una mejor propuesta. No, no importa si esa apuesta es por el Niño Que Vivió en primera vuelta o si será por otro.
No voten en blanco por ir en contra de la polarización (no se retuerzan por el término, por fa) de ‘la izquierda’ o ‘la derecha’. Es una falacia: la polarización no la generan los candidatos sino nuestras reacciones pero ellos nos hacen creer que, como los políticos ‘nos representan’, al manejar nuestro ímpetu nos volvemos más dignos de ser representados por cierto candidato que busca dejarnos tranquis tranquis.
Lo siento, personas, pero ellos representan, a lo sumo, a sus partidos; y, por sobre todas las cosas, a sus propios intereses como líderes de una ciudadanía. Y la polarización, en ese sentido, es necesaria para entender los estereotipos, imaginarios y símbolos que usamos para representar a los líderes que elegimos. Justamente la polarización demuestra que nosotros los representamos a ellos, que los clasificamos de tal ‘lado’ o del otro. Si ustedes, personas del voto en blanco o del voto por cualquier candidato, no son ciudadanos activos políticamente, es su deber delegarle esa actividad a alguien más, no a un disentimiento eterno, sin análisis, que va a quedarse mordiéndose su propia cola gracias a una postura neutra que no les va a generar más ganas de ‘lograr un cambio’.
Entonces espero que, si el voto en blanco está tomando tanta fuerza, durante la presidencia del candidato ganador sus votantes demuestren su interés por fortalecer propuestas del voto público y ciudadano: con controles, con denuncias, con crítica, con pensamiento y con interés por la ciudadanía.
Si votar en blanco ‘más que ganar unas elecciones se trata de mirar más allá de la elección para ponerse en la tarea seria e inaplazable de construir un camino cierto a un futuro posible, no simplemente imaginado’, como escribió Juan Manuel Ospina en su columna Votar en blanco se volvió una alternativa, espero que sus simpatizantes sepan que el ejercicio de la imaginación de un ‘país mejor’ no es solamente un acto de abstracción sino de implementación.
MARU LOMBARDO
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