Con la entrada en funcionamiento del nuevo y moderno aeropuerto El Dorado al que a propósito quisieron cambiarle de nombre pero la gente nunca lo aceptó, se van recuerdos, historias, despedidas y en general momentos tristes pero también alegres.
Hay que decir que en el pasado viajar en avión era algo elitista y hecho solo para personas con gran poder adquisitivo.
Al resto de nosotros, «la chusma», nos tocaba someternos a largas horas de viaje por carretera corriendo el riesgo, como se dice popularmente, de que se nos borrara la raya. Para fortuna de muchos eso ha cambiado y ahora las tarifas aéreas están más al alcance de todos si se compra y se programa con tiempo. Se creó una línea de bajo costo como Viva Colombia y las aerolíneas han tenido que lanzar promociones donde los finalmente beneficiados somos los usuarios.
Tuve la oportunidad de estar la noche en que salió el último vuelo del antiguo Dorado y debo confesar que me dio nostalgia. No soy un viajero frecuente pero si por mi trabajo voy casi que todo los días al aeropuerto. He recibido gran cantidad de turistas nacionales y extranjeros. Me han encargado amigos de tuiteros que no conocen la ciudad. Me han confiado familiares, hijos, abuelos y demás personas que visitan la capital por estudio, negocios, turismo o placer.
Y en esa labor tengo que decir que he visto los abrazos más fuertes, largos y sinceros que se puedan dar a los seres queridos. He visto el novio nervioso con ramo de flores esperando a su pareja que no ve hace mucho tiempo o que de pronto hasta ahora va a conocer porque el único contacto que han tenido es el chat y las redes sociales. He visto lágrimas de madres que despiden a un hijo que piensan tal vez no volverán a ver, pero sacrifican ese sentimiento porque viajan a forjar un mejor futuro en otro país. He visto recibimientos con papayera, productos típicos colombianos y rumba. He visto llegar deportistas colombianos que triunfan en el exterior y se los llevan por la calle 26 en carro de bomberos, pero también he visto llegar a los que fracasan y nadie va a recibirlos. He visto fieles del movimiento Hare Krishna hacer una fiesta porque llega su maestro que los llenará de sabiduría y paz. He visto el «mariachi loco» recibiendo con serenata a viajeros que hace mucho no pisan tierras colombianas.
También he hecho parte de los que con un cartel esperamos a una persona que no conocemos. Pero creo que en general, todos tenemos historias de aeropuerto que contar.
Yo, que hago parte de la chusma. Confieso que me subí a un avión hasta los 24 años y como no tenía para el whisky que me tranquilizara me tocó aguantarme el susto en un fokker 50 de Avianca, vuelo que duró 20 interminables minutos de Villavicencio a Bogotá. Pero la atortolada no era solo por volar, la vaina era que yo no lo tenía planeado y me tocó hacerlo porque hubo derrumbe en la carretera a la altura de Guayabetal. Tuve que pasar de Macarena Airlines al aeropuerto Vanguardia de Villavicencio con plata prestada para el pasaje y en medio del estrés porque iba a llegar tarde al trabajo ya que mi jefe llegaba de Miami y yo tenía que ir por la camioneta blindada y regresarme a El Dorado para estar en el momento preciso en que el saliera con la maleta, o me echaban.
De nada sirvió todo el afán porque a la secretaría de mi jefe se le olvidó avisarme que su vuelo se había aplazado un día. Gracias a ella tuve que aguantarme la corbata y el vestido de paño que me puse a lo Superman en un baño del aeropuerto de Villavo porque quería ganar tiempo.
Cuando le conté lo que me había pasado a mi jefe me reembolsó la plata del pasaje. ¿Si ven que ser responsable si paga?
Ya les conté mi historia de aeropuerto ¿cuál es la de ustedes? escríbanme y me la cuentan. Me despido expresando mi más profunda nostalgia por la partida sin retorno del antiguo El Dorado y doy la bienvenida al moderno aeropuerto internacional de Bogotá. Extrañaré las angostas escaleras eléctricas que con las de Unicentro, fueron las primeras en llegar al país.