@hugoleonrojito
No soy de los que idealiza a las personas que admira, por eso debo empezar aclarando que nunca aprobé el comportamiento de Diomedes Díaz en lo relacionado con su problema de adicción a las drogas, falta de seriedad y reconocido incumplimiento en sus presentaciones, además de los líos judiciales en el caso Doris Adriana Niño.
Ayer cuando me enteré de la noticia de la muerte de ‘El cacique de la junta’ no me sorprendí. Aunque era algo que no quería que llegara, en el fondo sabía que podría suceder en cualquier momento y de la forma intempestiva en que se dio. Asumí con tranquilidad y resignación el deceso del artista vallenato pero a medida que han transcurrido las horas me he ido llenando de nostalgia y tristeza. Debo decir que sin duda fue el más grande cantautor de nuestro folclor de los últimos tiempos.
Cuatro momentos llegaron a mi mente como los más significativos en mi vida al recordar sus canciones:
1. Mi primera ‘tusa’ a los 13 años, cuando tuve un amor de verano en Montería y al tener que regresar a la capital mi efímera novia costeña me dedicó “Sin medir distancias”.
2. A los 18 años, en plena época de rumba tenía unos amigos de Valledupar los cuales vivían en una casa con fantasma a bordo al que en medio de las borracheras le perdimos el miedo. Al espectro al parecer no le gustaba la música de Diomedes porque se alborotaba más cuando la poníamos. Mis amigos después se tuvieron que ir de ahí porque la situación se volvió incontrolable y además les contaron que una persona se había suicidado en esa vivienda.
3. Cuando tenía 24 años de la empresa en la que trabajaba me mandaron a llevar una camioneta a Barranquilla en el mes de abril. Cuando llegué a la ‘ye’ de Bosconia, sabiendo que en Valledupar estaban en pleno festival, no lo pensé mucho y decidí desviarme para verlo a él. Esa vez fue la única oportunidad que lo escuché cantar en vivo.
4. El último recuerdo bonito sucedió en una fiesta familiar donde celebraban unos 50 años. Dije jocosamente que yo era capaz de cantar con el grupo vallenato que amenizaba la reunión y alguien me escuchó. Resulté yo en tarima cantando “Mi muchacho”, haciendo los ademanes característicos de Diomedes, incluyendo el ojo apagado.
Cuento esto porque estoy seguro que casi todos tenemos un momento especial con una canción de ‘El cacique’. Un karaoke, un asado, una canción que dedicamos, una borrachera incontrolable o simplemente hemos dicho medio prendidos, “usted no sea tan sapo, tan lambón….¡marica!”
Siempre Diomedes será de odios y amores, pero yo me quiero quedar con lo bueno. Me quiero quedar con su grandeza musical, me quiero quedar con su forma de componer que muchas veces coincidió con las palabras que necesitabamos para conquistar a la mujer que nos gustaba.
Diomedes no era solo de los costeños, ‘El cacique’ era de todo un país que le reconoció su genialidad a la hora de interpretar las canciones de su autoría o de los compositores que se peleaban porque les cantara algo de lo que ellos habían escrito. Como admirador de su obra musical tomo la vocería de los miles de seguidores del interior para agradecerle lo mucho que nos hizo gozar con su música.
Hoy además de tus paisanos costeños… ¡un cachaco llora tu partida cacique!