La sabiduría que me dan los años me hace pensar que en política no necesariamente existen solo el color blanco o el negro, cuando de opiniones se trata. Hijo de un ex secuestrado por las Farc, de vocación militar la mayor parte de mi vida y convencido de que la guerrilla en este país hace mucho tiempo dejó de tener ideales y se convirtió en un cartel más de narcotráfico, comulgo más con las ideas del ex presidente Álvaro Uribe Vélez.

Pero no soy fanático, soy consciente que todo gobierno nacional tiene cosas buenas y malas. Mal haría en negar una realidad como los falsos positivos, que tanto daño le hicieron al país y a muchos colombianos por el afán del ejército de mostrar resultados.

Mal haría en negar casos de corrupción en los ocho años en los que estuvo en la presidencia el fundador del Centro Democrático. Mal haría en dedicar solo el contenido de mis redes sociales a despotricar del actual presidente y a alabar al que ya no lo es. Tengo amigos (as) que piensan diferente, tengo familiares que piensan diferente y en algunas cosas llegamos a acuerdos y en otras a veces el tono de la conversación sube y se vuelve irreconciliable. Pero todo dentro de los términos del respeto. Hay unos que desde la otra orilla son radicales y se alejan de mí, pero los entiendo.

Pensé que era uribista de raza hasta ingresé a twitter, Facebook y me di cuenta que hay personas demasiado radicales con ideas de derecha que insultan, agreden, matonean y piensan que solo ellas tienen la verdad revelada en temas políticos.

Mirando hacia la otra esquina me encontré con otro tipo de gente igualmente grosera y agresiva que defendía ideas de centro e izquierda. Muchos de ellos (as) muy jóvenes, sin argumentos que al preguntarles por qué odiaban a Uribe desnudaban su falta de conocimiento sobre el tema. Que alguien les dijo, que en la universidad les contaron, que porque en la familia hay tíos que no lo quieren ni poquito. Pareciera que se dejan presionar por sus compañeros de universidad, de trabajo o simplemente lo hacen por aceptación social.

Es una moda que le ha hecho mucho daño a Colombia en los últimos años. Pero no solo al país, también al Distrito Capital, que es en donde más se siente esta tendencia. Se han elegido gobernantes populistas de izquierda que tienen a la ciudad sumida en una profunda crisis de resultados, infraestructura y falta de cultura ciudadana. Por ese odio a Uribe Bogotá ha retrocedido: basta con citar el episodio en donde él le cargó el megáfono a Enrique Peñalosa en una campaña anterior, eso afectó tremendamente a un excelente administrador, que es lo que pedía y sigue pidiendo a gritos la capital.

Respeto profundamente a los antiuribistas que SI tienen argumentos de peso para creer que él no es una buena opción y de igual manera pido tolerancia por mis ideas y forma de pensar que va en contravía de muchos. Pero para mí en política si existe el gris, eso me permite opinar por ejemplo que el candidato del Centro Democrático a la alcaldía no es una buena opción para Bogotá, aunque estoy convencido de que Francisco Santos si lo haría mejor que Petro. Bueno, yo lo haría mejor que Petro, y muy seguramente usted señor lector también lo haría mejor que Petro.

Por ese odio recalcitrante a Álvaro Uribe el país va de mal en peor, volvieron los atentados terroristas, las ‘pescas milagrosas’, los derrames de crudo, los asesinatos crueles a soldados y policías, la guerrilla tomó fuerza de nuevo y la inversión extranjera se está espantando. Estoy convencido de que con él estábamos mejor y que la nueva doctrina santista nos está llevando a un despeñadero. Alabo del actual gobierno su intención inagotable de firmar la paz, pero el problema es que del otro lado de la mesa no les interesa. Hay una nueva generación de guerrilleros a los que les importa un pito lo que está pasando en La Habana, pues no están dispuestos a soltar un negocio lucrativo y multimillonario de narcotráfico por venir a hacer un curso en el Sena y ganarse un millón de pesos mensuales en caso de desmovilizarse.

Me duele mi ciudad y me duele mi país. Desearía tener que escribir y criticar menos sobre el sitio donde nací, pero hay una frase muy acertada que dice que cuando uno no se mete con la política, la política se mete con uno. Así que lo más fácil que puede hacer usted apreciado lector es insultarme por no estar de acuerdo con lo que escribo, pero lo más inteligente sería reflexionar un poco, no ser tan radical y pensar que esa moda de odiar a Álvaro Uribe le está incomodando mucho a nuestro país.

@HUGOLEONROJITO