En el pasado he escrito entradas en este blog para hablar sobre la crítica situación que vive la ciudad que me vio nacer; mi capital, mi Bogotá. Por eso no es extraño que mi ciudad sea un tema me gusta leer en blogs y columnas. Incluso puedo pasar horas conversando sobre mi patria chica con visitantes, nacionales o extranjeros, que llegan a hacer turismo en Bogotá.

Siempre me había sentido orgulloso de llevar a conocer mi ciudad a alguien que viene de paseo, y más si es la primera vez y viene de fuera de Colombia. Disfrutaba mucho de ese tour, de sentirme anfitrión en una ciudad que estaba viéndose cada vez más linda y organizada… pero en los últimos años, cada vez estaba percibiendo más vergüenza y tristeza, la verdad sea dicha, cuando hacía ese paseo. No animaba llevar a un extranjero al Centro, a la Plaza de Bolívar y La Candelaria donde está gran parte de la historia de la ciudad y verlo tan sucio, descuidado, maloliente y con la creciente inseguridad de la cual ya casi todos hemos sido víctimas.  

También me sucedía cuando salíamos hacía el norte por la autopista y el súper trancón no hacía tan divertido el paseo, muchos visitantes comentaban: “¿Y así es todos los días?”. El orgullo de ser bogotano iba cediendo y se transformaba más bien en frustración y rabia porque cada día era mucho más complicado mostrarle una cara amable a los extranjeros que nos visitan.

Así que entre tantas conversaciones y artículos que llegan a mis manos, por referidos o porque simplemente el tema me ha apasionado siempre, he encontrado varios blogs de gente más joven, que curiosamente desde su estilo, han logrado plasmar su sentimiento por lo que muchos llamamos «dolor de ciudad».

Leí a una niña que tenía una cita amorosa con su novio y contaba cómo se le dificultaba llegar a tiempo por el caos de la ciudad.

De igual manera otra persona hablaba de lo difícil que es hacer turismo en Bogotá por su inseguridad. Aun así él no pierde la esperanza y se niega a quedarse en casa. A su manera se rebela contra esa realidad y aconseja a otros, planes para hacer en la capital guardando ciertas reglas para evitar ser víctimas de los amigos de lo ajeno.

Otro blog escrito por una mujer, que creo es psicóloga, habla preocupada por la salud mental de los rolos, que nos hemos vuelto intransigentes por la misma rudeza de la ciudad.

También leí a una chica muy talentosa que decía en su escrito ¿Y si Bogotá pudiera hablar qué diría? Nos diría que somos unos hijos desagradecidos y que ayudamos a generar este caos con nuestra falta de cultura ciudadana para después salir huyendo hacia otras ciudades.

Ni hablar del problema de intolerancia que tenemos ahora en el fútbol y que nos ha alejado del estadio a muchos buenos hinchas.

Mis preocupaciones, aunque son diferentes por ser padre de familia y querer un mejor futuro para mi hijo, no están muy alejadas de las de estos jóvenes que hasta ahora empiezan a sentir que su ciudad está retrocediendo, que se ha deteriorado y que no va por buen camino por culpa de las malas decisiones que se han tomado en el pasado. Todo esto por elegir los gobernantes que han tenido las riendas de la ciudad los últimos doce años.

Debo confesar que a mí me han dado ganas de escapar, de salir corriendo y de abandonar el barco por el desespero que me da lo que es Bogotá en la actualidad. Hace poco me robaron el celular (que no había terminado de pagar) a dos cuadras de mi casa en el occidente de la ciudad, en el barrio en donde he vivido la mayor parte de mi vida y que se suponía era algo más seguro que otros sectores.

He sido testigo de personas que han tomado la decisión de irse. Mi padre, por ejemplo, que ya es un hombre de más de ochenta años, se tuvo que ir de la ciudad a vivir en La Mesa, Cundinamarca. Primero por cuestiones de salud, pero segundo porque ya la ciudad lo agobiaba demasiado y por sus años ya no tenía la misma paciencia ni energía para someterse a vivir metido dos horas en un trancón, tomar el servicio público o andar solo por la calle arriesgando su integridad.

Su nieto (mi hijo) aún no dimensiona a lo que va tener que enfrentarse a partir del otro año cuando la ruta de su colegio ya no lo deje en la puerta de su casa y tenga que empezar a tomar SITP o Transmilenio para ir la universidad. Ni hablar de las salidas tarde de estudiar, la ‘papaya’ que va a dar por su falta de experiencia en la calle con su celular, su computador y en general con sus objetos personales.

Pero aquí nací, aquí he luchado por más de cuarenta años desde diferentes frentes. En el que más creo que he aportado es queriendo que la gente encuentre una cara amable cuando se sube a un taxi.

Eso puede que sea nadar contra la corriente y que los que me lean piensen que una sola golondrina no hace verano y que nunca mejorará la actitud de los conductores de servicio público hacia los pasajeros; pero yo soy un soñador y quiero aportar mi granito de arena con mi conocimiento en servicio al cliente. De pronto otros que ejercen ese oficio se contagien de buena vibra y cambien de actitud con quienes finalmente ponen su sueldo.

Por estas razones que expresan los blogueros que cité y las que yo di, es que esta próxima elección del 25 de octubre es tan crucial e importante. Está en juego el futuro de la ciudad que debe enderezar su camino, pero también el de ciudadanos del común como yo, o tal vez como usted señor lector, que aunque no haya nacido en esta ciudad si puede que tenga mucho que agradecerle por su trabajo, o porque el amor de su vida es de acá, o porque sus hijos nacieron rolos o porque la capital le ha dado la oportunidad de crecer profesionalmente.

Para nadie es un secreto la afinidad política que tengo con el señor Enrique Peñalosa; nunca lo he ocultado, en mis redes sociales tengo logos de su campaña, tuve la oportunidad de estrechar su mano además de tomarme la foto con él, y opino diariamente a su favor porque creo firmemente que es la persona que arregla este caos (aunque está tan mal la ciudad que no serán suficientes cuatro años).

Bogotá necesita un administrador y no un político tradicional que tenga una maquinaria bien aceitada a su disposición como Rafael Pardo, que es la izquierda disfrazada y que le taparía embarradas a Petro porque él ayudó a la reelección de Juan Manuel Santos. Bogotá necesita un gerente y no el continuismo de izquierda representado en Clara López que le ha hecho tanto daño a mi ciudad. Bogotá necesita más que «mano firme y corazón grande» como tema único de campaña promulgado por Francisco Santos, el verdadero candidato de Álvaro Uribe.

Sé que me arriesgo a que me critiquen porque de Enrique Peñalosa se han inventado muchos chismes que algunos ciudadanos dan por ciertos, pero que se pueden desmentir fácilmente si visitan www.nocomacuento.com. Pero mi deber como bogotano, mi deber de padre, pero sobre todo mi deber como ciudadano es el de tratar de plasmar el sentimiento de muchos con los que he hablado, para que más gente vote responsablemente el domingo 25 de octubre. Antes de dar por ciertas las cosas negativas que se digan de Peñalosa, cuestiónense si no es una estrategia vieja de guerra sucia para debilitarlo. Ya ocurrió en el pasado y por eso fue que llegaron al Palacio de Liévano personas Samuel Moreno y Gustavo Petro con los resultados nefastos para la ciudad que ya todos conocemos.

Me duele mi patria chica y quiero quedarme en la capital para seguir luchando y aportando desde mi humilde esquina. Si a ustedes también les duele ayúdenme a multiplicar el mensaje, por favor… ¡¡RECUPEREMOS BOGOTÁ!!

@HUGOLEONROJITO

P.D: Antes de hacer este post consulté con las personas encargadas de este periódico quienes nunca han vetado un contenido mío. Pero como estamos en época de elecciones y no quiero meter en problemas a quienes me dieron la oportunidad de escribir desde hace más de tres años, quise saber si sentar de frente mi posición sobre las próximas elecciones en Bogotá me era permitido. La respuesta fue positiva pero me advirtieron que ellos no moverían un dedo para que el artículo fuera más leído porque tenían que ser imparciales. Mi misión era rotarlo con los amigos, conocidos y con los que tal vez se sintieran identificados con el contenido del escrito.