Se acerca la Semana Santa, época de vacaciones para unos, de recogimiento para otros y de reflexión para otros tantos que aprovechan la temporada para pasear en familia. Personalmente desde el 2007 para mi es un karma pues mi madre falleció un domingo de ramos por lo que me vuelvo una especie de grinch en la semana mayor.
La última voluntad de mi madre fue que llevaran sus cenizas al mar de Santa Marta, misión que nosotros, sus cuatro hijos deberíamos cumplir a cabalidad. Primero hablamos de coordinar para que el que primero tuviera la posibilidad de viajar a la costa cumpliera con ese deseo; pero pasaron tres años y por los compromisos y obligaciones (por no decir que andábamos vaciados) no lo habíamos logrado. Entonces se me ocurrió la genial idea de proponerles que cuadráramos vacaciones con tiempo, para así poder ahorrar los recursos necesarios que nos permitieran viajar en el mes de enero, por tierra, y con las respectivas esposas e hijos de cada uno de nosotros.
La idea fue acogida con gran entusiasmo pues desde pequeños cuando nuestros papás nos habían llevado a conocer el mar, no viajábamos juntos y nos gustaba la idea de pasar más tiempo juntos, poder llevar todos las cenizas de nuestra madre y tener un verdadero paseo de integración familiar. Pasaron seis meses y por fin llegó el gran día; partiríamos un dos de enero a las cuatro de la mañana porque queríamos que nos rindiera pero también porque cuando pequeños mi padre tenía la costumbre de coger carretera temprano y a eso nos acostumbramos ya estando grandecitos.
Todo estaba perfectamente planeado y no habíamos dejado detalle al azar. Mis hermanos habían pasado la noche en mi apartamento porque era más cerca de la salida hacia la carretera que nos llevaría a Santa Verónica en Puerto Colombia y cerca de Barranquilla donde dormiríamos la mayor parte de los días aprovechando que el suegro de mi hermana tenía una casita y nos ahorraríamos lo del hotel. Mi hijo estaba muy ansioso pues hasta ese momento no conocía el mar, lo cual le ilusionaba mucho. Pero las cosas estaban lejos de ser fáciles, los problemas empezaron cuando echando las maletas a los carros a mí se me perdieron los papeles, incluyendo la licencia de conducción, los cuales duramos buscando como una hora hasta que los encontramos caídos en el último rincón del baúl de uno de los vehículos.
Ya teníamos un retraso considerable teniendo en cuenta que no íbamos a tener descanso hasta nuestro destino final; solo algunas pausas para desayunar y almorzar pues en la familia en ese entonces había dos niños pequeños que no aguantaban una jornada tan larga manejando. Además de las paradas para ir al baño y estirar las piernas. Precisamente esa fue la primera estación, desayuno y buscar un sanitario para las damas de la familia.
Teniendo en cuenta que mi hermana es vegetariana, y que otro hermano es un poquito tacaño fue muy difícil llegar a un consenso para escoger el sitio en donde desayunaríamos. Finalmente llegamos al acuerdo que cada quien mirara dónde comprar sus alimentos. Mi hermana solucionó lo suyo a punta de frutas, mi hermano el amplio consiguió corrientazo y nosotros con mi hermano menor nos jalamos un desayuno trancado que incluía calentado, huevos, chocolate y jugo y que más adelante nos pasaría cuenta de cobro.
Ya el malestar era evidente pues la idea era compartir en familia y las diferencias empezaban a hacer mella en la armonía de los hermanos; sin embargo guardaba la esperanza de que la situación no pasaría a mayores. Después de seis horas de camino y ya sufriendo de un calor abrasador, teniendo en cuenta que los carros no contaban con aire acondicionado el cansancio se empezó a notar en algunos de nosotros, si bien yo estaba acostumbrado a jornadas largas frente al volante, el clima era un factor para no estar cómodo y todavía nos faltaban más de diez horas para llegar a la meta. Mi hijo no imaginaba que el camino fuera tan largo y parecía el burro de Shrek preguntando a cada rato que si ya casi llegábamos al mar.
En la segunda parada que hicimos para almorzar mi hermano tenía malestar estomacal por haber exagerado en el desayuno y a mí, a pesar de que no me hizo daño, sí me dio sueño lo cual era peligroso por ser el único conductor en uno de los vehículos. Entonces mientras mi hermana seguía sacando verduras dentro de su mochila, mi hermano el amplio buscaba almuerzo de cinco mil pesos y el menor se acababa el papel higiénico del baño del restaurante yo decidí comer algo suave y más bien me bajé un jarrado de tinto para aguantar las cinco horas de camino que aún nos faltaban.
Es importante que el copiloto sea una persona que ayude al conductor, lo mantenga atento y despierto todo el tiempo, razón por la cual los pasajeros del vehículo que manejaba se turnaban para ayudarme a que no me diera sueño. Pero llegó el momento en que el cansancio los noqueó a todos, con excepción de mi hijo que seguía repitiendo como una lora que si ya casi íbamos a ver la playa. Y ese cansancio acumulado casi nos cuesta la vida a la altura de Ciénaga-Magdalena pues en un cruce con poca señalización, una tractomula casi nos borra del mapa y mis familiares ni se enteraron. En ese momento ya mi mal genio estaba alborotado porque todos dormían y yo seguía luchando por mantenerme atento frente a la carretera.
Cuando por fin llegamos al puente Pumarejo, que es la puerta de entrada a Barranquilla debíamos buscar un sitio para llamar al que cuidaba la casa en Santa Verónica, entonces decidimos parar en un sitio donde vendían minutos con tan mala suerte que apenas nos bajamos se fue la luz en toda la ciudad. La dueña del negocio abrió tamaños ojos y nos dijo con su acento costeño: «ey cachacos, esta vaina por acá es caliente, mejor váyanse rápidito de aquí porque los joden». Sin pensarlo dos veces corrimos a los carros y emprendimos la huida sin saber bien qué camino tomar; después nos enteramos que se trataba del barrio La Chinita, uno de los barrios más complicados en temas de seguridad en Barranquilla.
Después de pasar tres veces por el estadio metropolitano paramos en una bomba y ya fastidiados por andar perdidos, increpamos a mi cuñado que era el único que conocía la casa pero que no se acordaba cuál era la salida para Puerto Colombia; cosa que a mi hermana no le gustó por lo que discutimos fuerte mientras los empleados de la bomba nos miraban sin prestarnos tampoco ninguna ayuda. Finalmente decidimos pagarle a un mototaxista para que nos dejara a la salida y de ahí poder seguir las indicaciones del señor que cuidaba la casa, quién nos había indicado que para entrar a Santa Verónica encontraríamos un letrero grande con un sombrero vueltiao y que con esa señal no tendríamos pierde.
Jamás vimos el tal sombrero ese, sin luz en el sector era muy difícil poder seguir las indicaciones que nos habían dado; en ese momento ya exhausto amenazaba con parquear el carro y dormir al lado de la carretera si no encontraban la casa rápido. A mi hijo finalmente lo venció el sueño y no vería el mar hasta el día siguiente. Cuando por fin dimos con el sitio como a media noche todos estábamos que volábamos de la piedra y lo único que queríamos era una cama para dormir.
Al día siguiente me desperté como a las diez de la mañana y todos se habían ido a la playa, yo no pude presentarle el mar a mi hijo pero los tíos lo llevaron. Fuimos a hacer mercado en una tienda cerca y nos encontramos por fin con el famoso «sombrero vueltiao» que aparece en la foto. No era tan pequeño como nos habían contado.
Durante la semana que convivimos nos dimos cuenta que no coincidíamos en gustos, horarios y costumbres, tanto de nosotros como las de nuestras parejas y que eso nos separaba en vez de unirnos. La supuesta armonía familiar se deterioró mucho y solo nos pusimos de acuerdo en el momento sublime de ir a Santa Marta a dejar en mar abierto las cenizas de nuestra madre para poder cumplir con su última voluntad. Lloramos, nos abrazamos y nos dimos cuenta que siempre, a pesar de las diferencias lo más importante siempre será la familia. Después de regresar y al cabo de un tiempo les pregunté si lo volverían a hacer y la respuesta fue que lo veían muy difícil; pero si algo tenemos claro en la vida es que los verdaderos amigos siempre serán los hermanos.
P.D: Para escribir esta historia pedí autorización a mis hermanos, no vaya a ser que por contar incidencias resultemos de nuevo agarrados de las mechas.