Como ya no tengo mamita a la cual celebrarle y todavía me da duro la ausencia de la mujer que me dio la vida, debo mantener la mente ocupada en fechas como la que acaba de pasar. Entonces de puro desocupado acepté la invitación de un medio hermano que tiene un colectivo en donde transporta uno de los cientos de mariachis que hacen su agosto por esta época del día de la madre en Bogotá.
La travesía empieza en el sector conocido como «la playa», en la caracas con calle 57 costado oriental, sitio en donde me citó mi hermano para que iniciáramos el recorrido el sábado cuatro de la tarde. Al llegar estaba confundido pues son muchas camionetas, sombreros, trompetas, trajes de luces y violines que se ven a esa hora del día. Tuve entonces que llamar a mi familiar para poder saber exactamente en donde se encontraba y no dar mas vueltas sin sentido. Cuando por fin hicimos contacto, vi en la parte trasera del colectivo muchos ramos pequeños de flores que eran, según me explicaron, para dar a cada madre a la que le llevaran serenata, obviamente con una tarifa mayor.
Tuvimos que esperar aproximadamente como una media hora mientras llegaba uno de los que tocaba la trompeta, pues el día anterior también habían trasnochado y no le sonó el reloj o lo apagó y siguió durmiendo. De pronto apareció el líder del grupo que a su vez era el cantante y de una forma acelerada dio instrucciones para que todos se subieran al vehículo porque ya estaban colgados de tiempo. Mientras empezábamos a andar organizaba la ruta, cuadraba direcciones y ultimaba detalles con la esposa que nos acompañaba y que sería la encargada de filmar cada serenata para ofrecerla después a los clientes por un valor adicional, si así lo deseaban.
Le pregunté a mi hermano cuántos sitios íbamos a visitar y me contestó que inicialmente eran 15 compromisos que estaban en la agenda, pero que era posible que en el transcurso de la madrugada recibieran llamadas por lo que las serenatas podrían aumentar por ser día de la madre. La noche empezaba a caer mientras que los que iban atrás se notaban cansados y aprovechaban el trayecto para recuperar el sueño que habían perdido el día de trabajo anterior. Cuando por fin llegamos a la primera cita el dueño del mariachi le hizo una llamada al cliente para que bajara a la recepción y así poder darle la sorpresa a la primera y afortunada mamá. Nosotros (conductor y acompañante) esperamos en el carro mientras ellos se bajaban y acomodaban sus sombreros para subir por las escaleras de una torre de apartamentos en el norte de Bogotá.
Mientras replicaban las trompetas con «clavelitos con amor», de fondo nosotros nos bajamos del carro para estirarnos un poco pues la noche iba a ser larga y pasaríamos mucho tiempo sentados en el colectivo.
Le pregunté entonces a mi hermano por las canciones que siempre por obligación deberían tener en el repertorio este y todos los mariachis. La respuesta fue contundente:
– Aunque no sea mayo
– Clavelitos con amor
– Amor eterno
– Madrecita querida
– Es mi madre
– El camino de la vida
Cuando nombró la octava canción me devolví al pasado como unos treinta años en el tiempo; estaría cursando primero de bachillerato y en el colegio estaban organizando una presentación precisamente para el día de la madre. No se cómo ni cuándo me ofrecí para salir a cantar «a la sombra de mi mama». Una vieja canción de Leo Dan que todos los mariachis adaptan para incluir en el repertorio de las serenatas de mayo. Pero ¿se acuerdan que irme de noche de mariachis era para olvidar en algo la ausencia de mi madrecita? Parece que no lo estaba logrando y tal vez había sido mala idea estar con ellos esa noche. En ese momento llegaron corriendo después de 20 minutos de serenata y el señor del guitarrón me ofreció un trago de whisky que le habían regalado; yo sin pensarlo me lo tomé, de pronto para olvidar el recuerdo que había llegado a mi cabeza por ese momento de mi niñez.
Entonces el cantante le dijo a mi hermano: «métale la chancla maestro, que ya tenemos tres compromisos más». Mientras reorganizaban la agenda hacían unas llamadas en donde le mentían a los clientes diciéndoles que estaban metidos en un trancón, o que la camioneta se había pinchado pero que segurito segurito le llegaban así fuera dos horas después. En ese momento entendí por qué una serenata casi nunca llega a tiempo, a no ser que sea en temporada baja.
Ya estábamos cumpliendo con la sexta serenata y se acercaba la media noche; cada vez que subían de nuevo a la camioneta los integrantes del grupo estaban más eufóricos, y de paso yo también. En cada casa que visitaban les daban un trago diferente y eso hacía que la borrachera fuera inevitable. Solo que yo lo estaba haciendo una sola vez, en cambio ellos cada ocho días. Le pregunté entonces a mi hermano que cómo lo lograban y me respondió que el dueño del grupo quien era un poco más maduro ya no tomaba entre otras cosas porque tenía que cuidarse la voz, otros trataban de controlarse y algunos inevitablemente se perdían. Era el caso de uno de los que tocaba la trompeta que a donde llegaba le ofrecían comida y trago pero él siempre aceptaba solo lo segundo. Esa dependencia estaba causando problemas entre los integrantes del mariachi por lo que estaban contemplando la posibilidad de reemplazarlo. Igual me advirtió que no hay que generalizar pues hay grupos muy profesionales en donde a los músicos no se les permite tomarse ni un solo trago.
Después de probar cerveza, whisky, aguardiente, ron, tequila, lechona y ponqué estábamos todavía a las 4am dando serenatas en el sur de la ciudad; ya no con el mismo juicio y por supuesto ya no con el mismo ánimo. Finalmente por tratar de abarcar mucho le quedaron mal a un par de clientes y otros tantos les cancelaron por incumplidos. Los volvimos a dejar en el punto de donde habíamos salido pero algunos se quedaron por el camino buscando cercanía a sus casas. Nosotros nos quedamos con mi hermano lavando el carro y tomándonos un caldito, él para el frío porque por su labor no podía ingerir licor, yo en cambio para la maluquera que tenía después de revolver tanto… en esa pasada noche de mariachis por Bogotá.