Aunque el término «INRI» traduce «Jesús de Nazaret, rey de los judios», se utiliza también para expresar que se lleva una marca o estigmatización que parece indeleble a través del tiempo. Tal vez por eso cuando me desperté en la mañana, y al ver la indignación en redes porque unos taxistas quemaron un carro que trabajaba para Uber, tuve que salir a aclarar mi nombre para que no me confundieran con el líder de ese gremio, el señor Hugo Ospina (ya me ha pasado que me insultan en redes por esa equivocación).

A muchos de los que pertenecen o pertenecieron a este gremio les pasa que tienen que vivir a diario con este tipo de generalización; en mi caso son muchos los problemas que me ha generado, a pesar de tener la conciencia tranquila y tener el orgullo de haberlo hecho bien al frente de un vehículo de servicio público. Entre muchos de los inconvenientes, una editorial me negó la posibilidad de publicar un libro con historias de taxi que me ocurrieron durante 10 años que ejercí el oficio; la razón válida que me dieron (estando ya pre aprobado) es que por la mala imagen del gremio y la pelea con Uber hacía que el proyecto no fuera a ser viable y comercialmente exitoso.
También me prohibieron la entrada a un centro comercial del norte de Bogotá en ejercicio de mi oficio con la excusa de que los taxistas eran un riesgo para establecimiento. De igual manera me han expresado en redes sociales que no puedo opinar sobre determinado tema o que no debería tener el derecho de escribir y alimentar este blog por el oficio que desarrollé en el pasado.

Es un tema de generalización que hace daño de la misma forma que se estigmatiza por raza, credo, religión o condición sexual. Es algo con lo que siempre tendré que convivir a pesar de haber hecho esfuerzos por cambiar la imagen de un gremio desprestigiado, con acciones como por ejemplo, ir a hablar al Congreso de la República para que los «honorables» padres de la patria legislen y así se aumenten los requisitos al que desee obtener un pase de servicio público. Pero una sola golondrina no hace verano, y mientras no exista voluntad política para cambiar esa realidad me temo que los taxistas seguirán siendo un grupo al que la sociedad considera como enemigos y con alguna razón tildará de ordinarios, peligrosos y ladrones.

Los taxistas por sí solos no se van a regenerar, se necesita mano dura y normas fuertes para arreglar este problema. Son el Senado de la República y la Cámara de Representantes los que tienen la solución en la mano, y poco pueden hacer las administraciones distritales para tratar de frenar este tipo de inconvenientes como el de anoche en Suba. A los taxistas terroristas los capturarán y judicializarán, pero el problema es de fondo. Necesitamos conductores de servicio público educados, capacitados en servicio al cliente, pero sobre todo personas que hagan su trabajo con gusto y profesionalismo, y no porque les tocó o porque no encontraron más en que desempeñarse laboralmente.