¿Quién no quiere tener el honor de albergar a la selección en su ciudad? ¿Quién no quiere evitar tener que viajar y que le quede más fácil llegar al estadio? Lo que sí es una realidad es que las últimas veces que hemos ido al mundial la casa de la selección ha sido Barranquilla, y sin ánimo de sacar la bandera del regionalismo creo que los colombianos debemos aceptar que envidiamos a la puerta de oro de Colombia por tener el privilegio de contar con todos los partidos de la eliminatoria.
Hace poco en redes sociales se presentó la polémica porque unos pedían que se cambiara la sede (también el técnico) lo cual me parece un gran error, por lo menos para el camino que falta recorrer hacia Rusia 2018. Tuve la fortuna, gracias a una cortesía de la aseguradora Allianz de recibir boletas para asistir al partido Colombia contra Uruguay, y lo que primero pensé era que de todas maneras salía muy caro hacer el viaje teniendo que solventar hospedaje y pasajes aéreos. Así que lo primero que se me vino a la cabeza fue vender las boletas a un cachaco pudiente que las aprovechara; pero antes de descartar del todo la opción, me dio por mirar pasajes de avión y me encontré con la grata sorpresa de encontrar a $115.000 trayecto a Cartagena en aerolínea de bajo costo (es lo que hacen muchos, buscar en la heroica o en Santa Marta porque pasajes directos a Barranquilla por época de partido siempre será más caro). En ese momento me dije ¿y por qué no darme ese gustico? ¿por qué no conseguir un hospedaje sencillo e ir a ver a mi selección?
Echándome la bendición compré los pasajes y decidí que me iba a ver al muelón Suarez jugar. El siguiente paso era encontrar en Cartagena algo bueno, bonito y barato; y buscando con paciencia recordé que tenía un amigo que ofrecía apartamentos en el sector de el Laguito cerca de Bocagrande. Lo contacté y me ofreció de diferentes precios ($100.000, $150.000 y $220.000 precios de temporada baja). Faltaba hacer cuentas de comidas, transportes hacia la arenosa y de regreso a Cartagena; pero el viaje ya era un hecho así me tocara llegar al aeropuerto el Dorado en Transmilenio con mi maleta pequeña, tenía una cita en el metropolitano de Barrranquilla.
El vuelo salió a tiempo, llegando a Cartagena el día anterior al partido tipo 7pm por los que solo tomé un taxi a mi sitio de hospedaje, compré algunas cosas para hacer el desayuno del día siguiente, me di una vuelta por la ciudad amurallada y me fui a descansar porque al día siguiente había contratado un transporte que me ofrecieron esos mismos que venden planes a Islas del Rosario y Barú, por $50.000 ida y vuelta (entre Cartagena y la capital del Atlántico hay una hora larguita) recogiéndome en la puerta del conjunto y dejándome en el estadio. Pero como llegué temprano a Barranquilla decidí visitar a un amigo que no veía hace mucho tiempo, almorzar con él y luego si llegar al Metropolitano.
Cuando llegué en taxi al estadio (el conductor me arrancó 25.000 barras y eso que le hable bien costeño) el sector estaba a reventar teniendo en cuenta que faltaban casi tres horas para que rodara la bola. Los alrededores del sitio en donde se llevaría a cabo el partido no eran tan chéveres pero había un gran operativo de seguridad lo que me hizo sentirme tranquilo teniendo en cuenta que casi no conocía la capital del Atlántico. Hice la fila que me correspondía, pasé los controles de rigor y al ingresar me compré un litro de cerveza helada pues ya empezaba a sentir la olla pitadora que era estar a las 3:30pm en el estadio. Cuando por fin salí a la gradería tuve una emoción muy grande a pesar que los jugadores todavía no hacían presencia en la cancha; era la primera vez que estaba en un estadio diferente al Campín y la gente se percibía amable, alegre y dicharachera. Cruce un par de palabras con personas que no conocía pero que me hicieron sentir como si estuviera en casa. Costeños, paisas, vallunos y por supuesto yo, representado esa raza rola que me enorgullece; todos unidos con un mismo propósito…¡alentar a la Selección Colombia!.
Cuando sonó el himno nacional se me hizo un nudo en la garganta y lo sentí como nunca (confieso que eché la lágrima). Y al parecer mucha gente estaba igual que yo, con el sentimiento patrio alborotado. De verdad que el momento era mágico, se sentía el fervor, como si todo el mundo se olvidara por un momento de los males que aquejan a este país. Las graderías están más inclinadas hacia la cancha que en el estadio de Bogotá (no tanto como La Bombonera de Buenos Aires), tal vez por eso los jugadores colombianos sienten con mayor pasión el apoyo del público, tal vez por eso es mayor la presión para el equipo rival y tal vez por eso me sentí como un narranquillero más, a pesar de estar rodeado de gente que no me conocía.
El resultado fue lo de menos, independientemente de solo lograr un angustioso empate con un golazo de Yerry Mina que canté con el alma y que me costó quedarme sin voz hasta el día siguiente, la experiencia valió totalmente la pena. Por eso pienso que Barranquilla es y debe seguir siendo la casa de la selección. Por eso me quedó gustando y tal vez en 2017 haré el intento de regresar a uno de los partidos que faltan; anímense ustedes también a viajar para apoyar a Colombia en Barranquilla, de pronto nos encontremos por allá y les invito una cerveza fría.
P.D: Gracias a aseguradora Allianz
Aerolínea Viva Colombia
ALBERTO CASTAÑEDA albertoviatur@hotmail.com (más info sobre los apartamentos 3102200866 y 3103000350)
Fotos: Viva Colombia / El Universal
Metropolitano / El Tiempo