He tenido en las últimas semanas reiterados sueños que a medida que avanzan se convierten en pesadillas; tal vez por ver tanta noticia sobre lo que está pasando con Venezuela, quizás porque cada vez que me subo a Transmilenio me encuentro con ciudadanos de ese país vendiendo dulces para sobrevivir a la crisis que los expulsó de su tierra. De pronto esas visiones que aparecen mientras duermo se deban a charlas que he tenido con vecinos procedentes del hermano país, y que me han contando sus historias de vida.
En mis sueños me veo corriendo entre gases lacrimógenos, tanquetas, balas y caos. Observo en la altura de los edificios a francotiradores que disparan sin contemplaciones a los que me acompañan, que van cayendo como fichas de un juego de dominó que se desploman a mis pies. Observo cómo mueren amigos, seres queridos y familiares en medio de un país que le abrió la puerta al comunismo.

Una de las «nuevas vecinas» que trabaja en un negocio de comidas rápidas, ganando algo más del mínimo, me relató brevemente cómo la crisis del vecino país le fue cerrando los caminos. Votó por Chávez la primera vez, lejos de imaginarse el fraude que iba a ser como gobernante. Se vio obligada a dejar su negocio tirado porque estaba cansada de las amenazas de los llamados «colectivos armados» que la presionaban en su local y hasta le insinuaban que le iban a secuestrar a su pequeña hija. Una comida por día, tener que trabajar cuatro días para poder comprar una libra de arroz (si es que lograban conseguirla), el temor de no poder opinar porque el gobierno chavista sabía perfectamente quiénes votaban en su contra gracias al sufragio electrónico, inseguridad, anarquía y vandalismo por parte de seguidores oficialistas que se acostumbraron a recibir subsidios y a que todo se los dieran sin tener que trabajar, convirtiéndose en unas rémoras del estado que los volvió perezosos y conformistas.

Cuando alguno de los que no estuvimos de acuerdo con la firma del proceso de paz con las Farc, se atreve a decir que vamos por el camino de convertirnos en una nueva Venezuela, nos tildan de exagerados, de guerreristas y de enemigos de la paz en Colombia. Pero los síntomas que se están dando hacen prever que no debemos subestimar a los exguerrilleros cuando estén ocupando cargos públicos, los cuales les llegarán por regalo y no por el voto de los colombianos. No entregarán armas, porque hablan de «dejación», niegan tener dinero cuando todo el mundo sabe que se enriquecieron del narcotráfico, la extorsión y el secuestro. Incumplen las fechas para desarmarse, guerrilleros no respetan las zonas veredales en donde se han presentado incidentes con la fuerza pública, hace poco un subversivo fue acusado de intento de violación a dos niñas, etc. ¡Y nada pasa!, solo vemos a algunos ciudadanos que estúpidamente les siguen el juego a estos asesinos tomándose selfies, invitándolos a foros en universidades y rindiéndoles pleitesía a personas al margen de la ley, que deberían pagar algo de cárcel por todo el daño que le hicieron a muchos de los colombianos.
Por eso las próximas elecciones serán vitales para saber el rumbo que tomará nuestro país y averiguar si enderezamos el camino, o definitivamente estamos condenados a parecernos cada día más a nuestro país vecino. Ellos nunca se imaginaron ser una segunda Cuba, y muchos colombianos confiados piensan que jamás nos puede llegar a pasar lo que a los venezolanos. Será muy importante no hacerle el juego a los Petros, los Robledos, las Claudias, las Claras, y en general a todos los candidatos presidenciales que han apoyado, unos tal vez sabiendo lo que buscan y otros por ingenuidad, un proceso de paz desigual, peligroso e injusto.