Era mi último día de trabajo en el año 2013; un 30 de diciembre a las 10 A.M. y yo solo podía pensar en soltar el carro e irme de vacaciones con mi hijo. No sospechaba que a esa altura algo extraordinario me podría pasar, pero estaba muy equivocado porque el destino me depararía un encuentro que marcaría ese final de año.
Reconozco que tuve que pelearme esa carrera con otro taxista que transitaba por la misma vía, pues ella llamaba la atención al sacar la mano por su belleza inusual. Era la pasajera que cualquier taxista quisiera recoger, pero con una historia de vida que jamás imaginé. Al subirse a mi carro noté una alegría algo desproporcionaba que contrastaba con las lágrimas que caían por sus mejillas. Entonces antes de que yo le preguntara que le sucedía ella presurosa me dijo: señor, hoy es el día más feliz de mi vida, por favor lléveme lo más rápido posible a la cárcel modelo. Yo quedé un poco desconcertado con el destino que me indicó, pero inmediatamente le hice caso.

No tuve que preguntar mucho porque mi pasajera estaba que se hablaba. Durante los 20 minutos que duró la carrera me contó que iba a recoger a su novio, al amor de su vida, al que toda su familia y amigos habían abandonado por un lío judicial. Él era un muchacho de 30 años, capturado a los 22 por posesión de drogas, en un bus que tenía la ruta Cali-Buenaventura. Le encontraron en su maleta unos kilos de cocaína que según ella no le pertenecían y que el alegaba alguien le había metido entre sus pertenencias. La única que creyó en su inocencia siempre fue ella, la única que lo visitó juiciosamente cada domingo y sin falta siempre fue ella, la única que le brindó su apoyo incondicional siempre fue ella.
Hasta ese momento yo dudaba de si me estaba diciendo la verdad, pero no la juzgué; sin embargo, cuando pensé que la carrera iba a terminar, ella agradecida por haberla escuchado, me pidió que si la esperaba para recoger al personaje en cuestión y llevarlos a otro sitio de la ciudad; me pagaría por horas todo el tiempo que tuviera que esperar. Yo aún desconfiando, accedí, pero exigí que me pagara la carrera y que el resto lo arreglaríamos después al terminar el servicio. Ella se bajó del carro y rápidamente corrió hasta esa gran y lúgubre puerta de la cárcel. Los transeúntes que se encontraban por el sector incluyendo los guardias del penal le silbaban y la morboseaban con miradas sin pudor. Pero eso a ella no le importó porque tenía una misión clara y nada le iba a dañar ese día.

Yo me quedé en el carro sin perderla de vista para no dejar escapar mi paga; el muchacho se demoró en salir aproximadamente unos 20 minutos que para ella debieron haber sido eternos, pero que a mi me convenían porque el taxímetro seguía marcando. Hasta que por fin la puerta se abrió, y de su interior salió un joven flaco, demacrado y con cicatrices; en su cara se notaba que el encierro le había forjado el carácter, pero al mismo tiempo en la profundidad de sus ojos se le notaba una felicidad inmensa. Ellos se trenzaron en el abrazo más largo e intenso que yo haya visto en la vida. Mientras tanto mi garganta creaba sin querer un nudo que solo se deshizo cuando de mis ojos brotaron un par de lágrimas por la escena que me encontraba presenciando. En ese momento se esfumaron todas mis dudas y mis desconfianzas, en ese momento supe que él era inocente, en ese momento bajé de mi carro secándome las lágrimas mientras él se acercaba para estrecharle la mano, para invitarlo a que siguiera a mi carro con gusto y llevarlos al sitio que ellos desearan.

En el transcurso del camino me contó como fue vilmente engañado por un compañero de trabajo que le pidió llevar dizque una herramienta en una maleta con doble fondo, donde estaba camuflada la droga. Me aconsejó no confiar en nada ni en nadie porque por eso a él le habían desgraciado su vida y lo habían separado de la mujer que amaba. Ella, molesta porque yo acaparaba su charla, interrumpió el diálogo con un beso mientras le preguntaba ¿qué quieres que te cocine esta noche? La comida en la cárcel debe ser una mierda.
Los dejé en una humilde vivienda del barrio Bonanza en Bogotá, ese sería el hogar más feliz en el año nuevo del 2014. Esa noche tuve que viajar con mi hijo quien durmió todo el camino mientras yo miraba por la ventana sin poder sacarme a mis ilustres pasajeros de la cabeza. Pensaba en cuantos inocentes estarán hoy tras las rejas, cuantas historias parecidas a esa se darán a diario en un país donde la justicia no funciona y como se dice popularmente “la ley es para los de ruana”. Mientras pagan justos por pecadores los Manzanera, los borrachos con plata, los políticos corruptos y en general todos los que tienen para pagar abogados hábiles y prestigiosos se seguirán burlando de una justicia débil e inequitativa.
Al mismo tiempo reflexionaba sobre mis temores; concluí que no le tengo miedo a la muerte, pero pasar un solo día en la cárcel sería como estar muerto en vida. Sería una verdadera pesadilla. Definitivamente las cosas materiales son lo de menos; lo más preciado que tiene el ser humano es su libertad.