Estaba recién graduado, por allá a principios de los noventas. Había conseguido mi primer trabajo como mensajero en el centro de Bogotá. Llegué muy temprano y me mandaron a hacer las consignaciones de un almacén de telas ubicado en la carrera 13 con 18; salí apresuradamente a un banco ubicado en la carrera décima con veinticuatro cuando de pronto me sorprendió una onda explosiva que me hizo tirarme al piso, de pronto todo fue caos y los comerciantes del sector empezaron a cerrar sus negocios porque se estaba presentando vandalismo aprovechando la zozobra que había producido una bomba que mandó a colocar Pablo Escobar en el desaparecido teatro Olimpia. Los vidrios de los edificios caían hiriendo a los transeuntes que deambulaban por el sector a esa hora del día. Yo tuve que devolverme corriendo a la oficina con un dolor impresionante en los oídos, producto del fuerte estallido. Cuando estaba llegando a la zona de las ópticas en la avenida 19 con 13 me recibió un nuevo estallido. Habían colocado otra bomba en la 17 con 13, a una cuadra de la oficina. Cuando llegué, todavía con el dinero de la consignación mis compañeros de trabajo estaban encerrados pues la explosión dañó la puerta del almacén. Yo quería entrar y ellos deseaban salir, fue un día que me marcó y que me hizo odiar injustificadamente todo lo que tenía que ver con los paisas. Estaba muy joven y cometí el error de generalizar y pensar que todos eran unos violentos.
De igual manera me pasó en el tema del fútbol con el cuento de «la rosca paisa» y especificamente con el equipo Nacional de Medellín (aclaro que si hubiera nacido allá sería hincha del DIM). Actitudes inmaduras que afortunadamente corregí en el presente. Ahora que visito la capital de Antioquia con alguna frecuencia me siento bien atendido, me encanta su gastronomía, su desarrollo, su cultura ciudadana, el empuje y el sentido de pertenencia que tienen los medellinenses por su sufrida ciudad, azotada por el narcotráfico y esa estigmatización de la que fueran víctimas en el siglo 20. Tal vez por eso quisieron ser los mejores, salir adelante y convertirse hoy en día en ejemplo para toda Colombia.
Los paisas se sobrepusieron a sus pasadas tragedias, no se detuvieron a lamentarse y hoy en día nos llevan años luz a otras regiones. Si no fuera por Antioquia y por los habitantes del eje cafetero que también son paisas y excelentes anfitriones, ya se nos hubieran metido los comunistas a dirigir este país. Por eso dejé atrás mis prejuicios y hoy con arrepentimiento y con la mano en el corazón digo ¡gracias compatriotas paisas! ustedes son unos tesos. Pronto volveré a esa bella tierra, me sentaré a hablar con algunos de ustedes, disfrutaré de su hermosa y pujante ciudad, me comeré una bandeja paisa en Mondongos de Laureles, probaré el helado frito en Guatapé y hasta me iré de compras «al hueco». También quiero vivir la experiencia de una feria de las flores.