Para muchos, hablar de la muerte es un pecado. Basta con ver las reacciones de los seres queridos cuando se les nombra el tema. A los que abordamos el asunto con naturalidad y sinceridad, y hasta con un poco de humor, se nos tilda de fatalistas o negativos. Jamás atentaría contra mi vida, pero me parece que hacer preparativos y contar sobre lo que quisiéramos a la hora de partir de este mundo es de lo más práctico que podemos expresar para tratar de no dejarles problemas a los que se quedan o para que no decidan por uno sobre la última voluntad. En mi caso, mi familia ya lo tienen claro y, aunque el tema es incómodo, están dispuestos a cumplir con mis deseos cuando ‘estire la pata’. Como católico (no practicante) tengo claro que no decido cuando llegue ese momento, solo Dios sabe cuándo es el momento indicado para ir a rendir cuentas. Pero sin considerarme ‘emo’, ni teniendo nunca pensamientos suicidas, tengo claro que no quisiera vivir tanto. No me gustaría estar muy ‘cascado’ y tener que depender de otra persona para realizar labores sencillas como caminar, comer o ir al baño. Quiero que me cremen, que solo hagan 3 misas (la de los nueve días, la del mes y la del año), que lleven mis cenizas al mar de Santa Marta para ir a reencontrarme con mi madre, que en vez de ofrecer tinto y aromática en la funeraria den alguna cosita de comer como un piquete con un par de ‘polas’, que suene música de Leonardo Favio, de Piper Pimienta, del Grupo Niche, de Herencia de Timbiquí y uno que otro vallenato de los hermanos Zuleta.
De igual manera, yo soy el que decido quién va a mi funeral. Hay personas que están vetadas para asistir a tan magno evento. No quiero gente hipócrita que en vida se haya portado mal conmigo y que después quiera ir a derramar lágrimas de cocodrilo.
Tengo una persona de mi entera confianza que estará encargada de cerrar mis redes sociales, de enviar unos correos con un mensaje final a un par de personas específicas que es muy difícil que se enteren de mi deceso y a las que les quiero hablar cuando yo ya esté tratando de clasificar para verle la cara al «barbas», si es que él lo decide así. También hay un último escrito que solo podrá ser publicado en este blog cuando ya yo no respire. Toca un tema muy delicado que no quiero expresar en vida porque me puede traer críticas y consecuencias negativas. Fue bastante difícil convencer a esta persona de cumplir con esa misión, precisamente por la dificultad para asumir que —en algún momento—todos vamos pal hueco; pero es un hecho que la vida es prestada y la muerte nos puede sorprender mañana, en un mes, en uno o treinta años. Salimos de casa y no sabemos si regresamos; ejemplo de eso es lo que acaba de pasar con la estrella de la NBA, Kobe Bryant, quien falleció a los 41 años en un accidente de helicóptero en Estados Unidos.
¿Ustedes saben qué quieren cuando se mueran? Me parece importante que lo hablen con sus allegados, que le pregunten a sus padres, a su pareja, a sus hermanos, y en general a su círculo más cercano. Es mejor que puedan decidir y no que otros elijan por ustedes. Mis seres queridos lo tienen claro y de no cumplir con mis peticiones se verán abocados a que les «jale las patas» por un buen tiempo. Ellos saben que me voy tranquilo, que no me llevo nada y que lo único valioso que tuve fue mi honorabilidad. Que traté de ser un buen padre y amé con sinceridad a quien me dio la oportunidad.
¡Quedan cordialmente invitados a mis exequias! Eso si, cuando Dios decida bajarme el pulgar.