Nuestros padres la llamaban «música para tomar aguardiente», mi generación la conoció como «música de despecho» y actualmente a este género se le referencia como «música popular». Y si bien es cierto que sus raíces son mayoritariamente de la parte rural, los pueblos y los estratos bajos, este tipo de canciones ha avanzado de manera rápida a todo tipo de personas, en mi opinión por la llegada de «los pintas» o artistas que tienen además de muy buena voz, una apariencia agradable para sus fanáticos. Los jóvenes de hoy, de todos los estratos, se sienten identificados con las letras que cuentan historias de amor y de fracasos sentimentales que aseguran éxito a los representantes de este género, que así a muchos no les guste, es una realidad que no se puede desconocer.

Tuve dos anécdotas en torno a la música popular; la primera en alguna ocasión cuando le pregunté a mi cuñada por un regalo de cumpleaños para mi hermano, a lo que ella respondió con un anhelo de él de tener un DVD de Jhonny Rivera cuando estaba en pleno furor. Con alguna pena, porque en ese entonces yo era uno de los que no me sentía a gusto con ese tipo de música, fui al Tower Records de Gran Estación para comprar el encargo. La segunda tiene que ver con una invitación que tuve por parte de la anterior alcaldía, de asistir a la inauguración del macromural «La Mariposa» en el barrio El Codito al norte de Bogotá. Ese día se hicieron eventos con la comunidad, como un torneo relámpago de microfútbol, la entrega de instrumentos musicales para la recién creada banda sinfónica de una pequeña escuelita del sector, obvio la entrega del mural a sus habitantes, y el cierre era con un concierto de Paola Jara. Fue emocionante ver personas de escasos recursos, sobre todo adolescentes y menores de edad, felices con la artista en tarima. Inclusive la propia Paola dejó ver unas cuantas lágrimas por el sentimiento que le generó la respuesta de ese público que tal vez jamás podrá tener la posibilidad de ir a un concierto pago de la artista. Se sabían todas las canciones, y las coreaban con un sentimiento inusual y desbordado que yo nunca había percibido.

Esos episodios me animaron a escribir estas líneas; pues veo muchas críticas, sobre todo de personas en redes sociales que se creen moralmente superiores y que tratan de manera jocosa pero a la vez despectivo a este género llamándolo como «música agropecuaria». Los radicalismos en la música no son buenos; personalmente no me gusta el metal (a mi hijo le encanta) y la música protesta, pero respeto a los que si la disfrutan. Solo pienso que sería bueno antes de criticar al género popular, indagar por esas historias de superación de personas como Arelys Henao para la que nunca fue fácil llegar a ser un ídolo de la música popular, pues ella y su familia vivieron en carne propia la pobreza y el desplazamiento por parte de los grupos armados de la región en la que vivían. O también las anécdotas de Jhonny Rivera que antes de ser exitoso trabajó pegando ladrillos, de carpintero o como ayudante de bus en Risaralda. Los traigo a colación no para generar lástima o solidaridad. Por el contrario ellos pueden ser fuente de inspiración de muchos que se niegan a rendirse y siguen luchando en esta vida. Precisamente esas condiciones difíciles les permiten componer e interpretar sus canciones con mayor sentimiento. Así que ahora a gusto y totalmente convencido puedo afirmar, aunque a muchos no les guste, que el género popular es una realidad… ¡y llegó para quedarse!