Cuando el Gobierno Nacional ordenó cuarentena estricta por allá a mediados de marzo estábamos lejos de imaginarnos que nos tocaría aguantar cinco meses larguitos; al principio nos volvimos chefs preparando los platos que normalmente teníamos la posibilidad de disfrutar en los restaurantes de nuestra predilección. Pero con el pasar de los días empezamos a extrañar ese tipo de platos específicos que no nos quedaban bien o que ante la imposibilidad de poder conseguir los ingredientes al pie de la letra no se lograban preparar de manera adecuada en las cocinas de nuestras casas.
¿Cuál fue el plato o el restaurante que ustedes más extrañaron durante el encierro? Si a mi me preguntan eso, a ojo cerrado tengo que decir que el que más me hizo falta fue La Bonga del Sinú; aquí es donde se llega a la conclusión que un buen sitio debe cumplir con dos condiciones, el de la calidad en los productos, y el de la experiencia como restaurante. Y la Bonga es eso, porque a pesar de no visitar sus instalaciones en Montería hace 4 años, cuando quería evocar ese rancho de palmeras altas, jardines amplios y techos de paja me desplazaba al local de la 93 o al de la 116 (que gracias a Dios sobrevivieron a la pandemia). Pues eso precisamente fue lo que hice ayer; regresé después de medio año, saludé al administrador, miré hacia el techo para recordar esas formas que emulan nuestro sombrero vueltiao y busqué una mesa tímidamente intentando no violar los protocolos que les permitieron reabrir a manteles con un 35 % de la capacidad.
Aunque muy amablemente los meseros me alcanzaron la carta, yo ya tenía clarísimo desde el primero de septiembre qué iba a pedir; soñaba con eso, lo imaginé muchas veces y por fin había llegado el momento. Sin mirar, devolví la carta y pedí de entrada un mote de queso, pero no quise develar aún el plato fuerte. Quería disfrutar cada minuto de esa nueva normalidad, iba solo, y deseaba reencontrarme con momentos, olores y sabores que había olvidado. Aunque fuerte mentalmente, la cuarentena también causó ese efecto en mí; el de añorar lo que antes parecía fácil y al alcance, lo que tal vez antes no se valoraba en su justa medida. Mientras me tomaba un jugo de corozo (otro producto que tampoco pude probar en cuarentena) hablaba con los meseros sobre como había sido la reorganización de la marca, y me contaron que lamentablemente el local de Usaquén tuvo que cerrar, y que las Bongas Express de Gran Estación y el centro comercial Santafé tampoco habían sobrevivido. Montería, que es la cuna de nacimiento de este restaurante, lo mantiene y lo consiente don Pedro Ojeda Visbal, su dueño. Es la joya de la corona y él sigue ayudando permanentemente a la capital de Córdoba con desarrollo en ganadería e infraestructura. Los puntos de Cartagena también se mantienen, y en Barranquilla ya se puede disfrutar de un punto remodelado hace poco para beneficio de sus comensales.
Llegó mi mote y mientras lo disfrutaba ordené el tradicional arroz sinuano que verán en la foto; es que eso solo se consigue ahí, o viajando a la costa, lo que por ahora es imposible mientras la pandemia no se vaya del todo. Tendré que volver nuevamente para disfrutar de alguno de los buenos cortes de carne que tienen en su carta, un solomillo, un bife de chorizo, una punta de anca, un asado de tira o unos medallones de lomo «3 pimientas». Pero calmé mi antojo, y creo que después de esto los visitaré con mayor regularidad, porque hoy en día los valoro más. También programaré en 2021 un viaje así sea por tierra, como se hacía en los ochentas, para dar la vuelta a Colombia, pasar por Montería, sentarme en las mesas de La Bonga y quizás darme un paseo a pie por el malecón del Río Sinú, antes de seguir mi camino al reencuentro con el mar.