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¿Cómo será el país sin las FARC? Imaginarnos una Colombia sin guerrilla aún no nos cabe en la mente colectiva. Lo que está en juego no es la paz solamente. Tienen razón quienes opinan que el acuerdo puede mejorarse. Pero es lo que hay. En realidad, lo que está en juego es el fin de las FARC como grupo guerrillero. El significado de esta afirmación no se ha dimensionado realmente. Por eso debemos analizarla desde varias alternativas.

La primera es que de aprobarse el acuerdo, las FARC como grupo se terminan. Su discurso basado en la injusticia social, en la desprotección del agro, en la desigualdad, pierde validez. Ahora, mancomunadamente deberán trabajar con el gobierno para superar esas brechas y luchar, ahora sí, por una sociedad más justa, en la que quepamos todos pero con igualdad de trato. Eso significará que todo aquel que empuñe un arma, secuestre, extorsione o haga narcotráfico será ilegal, no tendrá ningún tipo de legitimidad y por ende está por fuera de la ley. Ya no serán un grupo de revolucionarios, sino un grupo de delincuentes porque ya no se validará de ninguna manera a la guerrilla.

La segunda es que el acuerdo, con todos sus posibles defectos, es lo más cercano que tenemos a la pacificación del país, desde hace 50 años. Todos tenemos el derecho a estar o no de acuerdo con uno o con todos los puntos del acuerdo. Seguramente no nos llegan al alma todos los puntos, pero debemos analizar si aquellos que SÍ nos convencen son suficientes para votar SÍ. Si no, debemos votar no, pero debemos votar. Lo insólito es escuchar personas que sin argumento alguno rechazan el acuerdo sin siquiera darse el derecho a estudiarlo, entenderlo y aportar para construir como nación una nueva Colombia.

Lo tercero que debemos tener en cuenta es el hecho de que con el acuerdo tendremos miles de guerrilleros desmovilizados. Es mejor tenerlos en programas de reinserción que armados en el monte pensando pensamientos no constructivos.

La paz no se hará al otro día del plebiscito. La dejación de armas no nos garantizará que no haya nuevos combates; desmovilizar miles de guerrilleros no significará que esos miles serán ciudadanos ejemplares; que los campesinos reciban tierra no les augurará éxito en sus cosechas; que se abra el espacio de participación política de las FARC o que se les den escaños en el Congreso no será sinónimo de «toma del poder guerrillero», sólo que habría otras opiniones debatiendo la legislación.

Tenemos miedo. Miedo de un nuevo orden. Pero ese miedo no puede anclarnos a la mala costumbre de abstenernos de votar. El plebiscito hay que votarlo para no botar la oportunidad de iniciar un recorrido hacia la pacificación de la paz.

La comanda es votar el plebiscito. Sí o No, pero votar.

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