El tema de la paz es difícil de abordar en un país en el que nos polarizamos en torno a lo que hace unos años era una idea inconcebible. Mi generación treintañera nació y creció con muy pocas esperanzas de vivir lo suficiente para alcanzar a ver una Colombia sin FARC. La guerrilla, y en particular las FARC hicieron parte de nuestra realidad. Independientemente de lo que cada uno piense, sienta, crea o imagine hay una realidad irrefutable: con o sin guerrilla seguimos siendo una sociedad con una cultura de violencia. ¿Acaso no hay violencia en nuestro comportamiento ciudadano? ¿Nos damos cuenta de cómo es nuestro lenguaje?

Veamos algunos ejemplos: «Estoy que mato y como del muerto»; «disparemos a los clientes grandes»; «Me provoca ahorcarlo»; «Me lo como a besos». ¿Se imaginan cómo nos perciben fuera?

La Paz no es un tema político. Y por estar discutiendo que si el uno o el otro, que vamos para Venezuela 2, que si Timochenko va a ser Presidente, no nos hemos enfocado en lo que realmente es importante. ¿Qué aporta cada uno desde su individualidad, desde sus acciones cotidianas, desde cada uno de sus colectivos, desde sí mismo en su relación con los demás para construir cultura de paz?

Si perdemos de vista esta dimensión el postconflicto será una oportunidad fallida; así firmen miles de acuerdos, no seremos capaces de construir una Colombia que valga la pena. Esa Colombia soñada en paz es nuestra responsabilidad, con o sin acuerdos.

Así que yo sí le jalo a la paz. ¿Por qué no? Mi riesgo es lograr ser feliz en un país que se mire a sí mismo con orgullo.