Vivimos un proceso un tanto complicado porque tenemos un gran abismo entre lo que queremos y lo que creemos que podemos alcanzar. Acostumbrados a ver pasar frente a nuestras narices miles de muertes, de asesinatos cruentos, de desaparecidos, de masacres, perdimos la valentía de asumir la responsabilidad de construcción de país. Fuimos cediendo la responsabilidad desde la sociedad civil al Estado. El Estado es la vaca, es decir el culpable de todo. Pero y nosotros… ¿Qué pedazo de esa responsabilidad nos toca?
Construir un país en paz, supone desarrollar una cosmovisión compartida de cultura de paz. Eso implica que todos los ciudadanos asumamos que somos nosotros, los únicos responsables, los sujetos creadores de esa paz. La paz está en cabeza de cada uno de nosotros los ciudadanos, que con cada acto cotidiano debemos sumar acciones de paz y narrativas de paz. Eso implica una reflexión cuidadosa y a conciencia de cómo nos comunicamos, cómo nos relacionamos, cómo expresamos desde nuestro lenguaje no verbal nuestras emociones y pensamientos, cómo tratamos a los demás, cómo son nuestras actitudes, cómo discriminamos con una mirada o con un cambio de acera en la calle, cómo nuestros miedos se convierten en desaires a miles de personas que buscan nuestra compasión…
La paz, estimados lectores, no es un asunto exclusivo del Estado, es un asunto de construcción de ciudadanía de paz. Cada persona en este país tendrá que asumir el reto de construir paz en sus acciones, pensamientos, emociones, relaciones. Frente a este reto debemos dejar de permitir que ocurran los actos de corrupción frente a los cuales nos rasgamos las vestiduras, pero no hacemos nada. No hacer nada es permitir. Los corruptos han llegado a niveles de corrupción inimaginados. Los datos son aterradores. Nos piden ajustar los impuestos, aportar al país, sacrificarnos, pero qué hacemos para evitar que nos roben? No quiere decir que tomemos la justicia en las manos, se trata de crear redes, aprovechando las herramientas que la tecnología ofrece, para hacer «juicios sociales», poner en evidencia a los corruptos. Publicarlos, que la ley se les aplique de una sin tanto juicio, ni tanta traba que la misma ley les permite para dilatar y al final salen impunes. Y vuelven a sus vidas como si nada.
La Colombia que todos, los unos y los otros, queremos es una Colombia solidaria, compasiva, echada pa’lante en la que quien trabaja con dedicación y honestidad le va bien, pero en la que todos somos auditores para delatar la corrupción, el mal trato, la discriminación y todas aquellas herramientas de conflicto que enarbolamos sin darnos cuenta que ese conflicto que vivimos no solo fue armado sino también lleva a rastras una violencia simbólica de la que todos fuimos responsables.