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Colombia es un país contradictorio. Mientras se precia de su creencia religiosa cristiana, también ha vivido inmerso en la violencia como símbolo de una intolerancia ideológica que ha maltratado el más mínimo principio de racionalidad. Sin embargo, constantemente busca encaminarse hacia una solución que desarraigue esa cultura deshumanizada por aquella que posibilite un mejor país para todos sus habitantes.

Que hay enemigos y amantes de la sangre y de las armas como única alternativa para dirimir las contradicciones es algo innegable. Pero también hay cantidades de colombianos y colombianas amantes de la paz y la reconciliación como demostración de civilidad y religiosidad que luchan contra las injusticias y desigualdades.

Cabe destacar que una nación que se precie de ser democrática acepta las contradicciones como piedra angular del respeto al otro; por tanto, nunca habrá unanimidad en la forma de gobernar así como tampoco en la forma de ver el mundo. Es una verdad que se tiene que aceptar en cualquier democracia por la diversidad de percepciones e ideologías que conforman la humanidad.

En fin, nada se pierde en Colombia por intentar la consolidación de una reconciliación para nuestro pueblo; hay que ser perseverante y apostarle a la tolerancia de las contradicciones aunque tengamos visiones diferentes. Creo que sería bueno que también se miraran aquellas percepciones que creen en la pacificación del país.

Colombia ha sufrido durante muchos años las embestidas de la violencia, la opresión, el saqueo, el abandono, la corrupción, entre muchos otros males. Ya es hora de civilizarnos, humanizarnos y demostrar que podemos transformar esa sociedad enferma y violenta por una donde quepamos todos sin exclusiones y estigmatizaciones. .

En esta navidad debemos hacer un acto de contrición y enviar mensajes de reconciliación con quienes tengan la oportunidad de comprender que la intención es reconocernos como partícipes directa o indirectamente de este estado de zozobra donde nos hallamos. Es hora de despojarnos de odios y egoísmos y mirar que el otro, la otra, que está a mi lado, pues así esté en desacuerdo conmigo, también tiene derechos.

No podemos olvidar que la reconciliación es el restablecimiento de la concordia o amistad perdida entre dos o más personas que se habían enfrentado y que, gracias a sus propios esfuerzos llegan a un acuerdo para deponer sus desavenencias o contradicciones. Es decir, se humanizaron, se despojaron de esa fuerza negativa que subyace en el ser humano. También se podría interpretar como aquel acercamiento entre el padre e hijo, cuando este último se ha alejado y después de arrepentirse y analizar cuáles fueron sus errores, regresa compungido al amparo de su padre, buscando su afecto paternal. De esa manera todo cristiano debería buscar al padre celestial.

Sí, a Dios, quien a través de Jesús, su hijo unigénito, nos convoca en estos días de Navidad para que dejemos a un lado la violencia, la discordia, el desamor, el desprecio, la envidia, el odio, el orgullo y el egocentrismo, entre otros muchos males que azotan a la sociedad de la época y luchemos por la consolidación de una nueva forma de asumir nuestras vidas.

Hoy, hemos sido presa del odio y la intolerancia. No reconocemos nuestros errores; achacamos todos los fracasos a los otros. Creo que la reconciliación debe comenzar desde cada uno de nuestros corazones y alcanzar lo que deseamos para esta sociedad. De nada vale llenarnos de gracia y de gozos instantáneos en esta Navidad, cuando a los pocos días, olvidamos los principios elementales de la civilización: el amor, la paz y el perdón, y nos convertimos en personas lesivas para la sociedad, ayudando a acrecentar los males terrenales.

Por lo anterior, retomo lo que dice Juan, en el evangelio: “A quien perdonéis los pecados, éstos le quedan perdonados”. Pues, Jesús enseñó a perdonar a sus Apóstoles. Así como Dios le dio todo a Jesús, así también éste comunicó a la Iglesia ese poder perdonador que de Él emanaba para regenerar a los hombres.

Entonces, reconciliarse es amigarse, volver a acordar, unirse o perdonar. El espíritu de la reconciliación está íntimamente ligado al espíritu de la Navidad y de las fiestas de fin de año en general. Por eso “reconciliarnos con nosotros mismos es el paso esencial e inevitable para aceptarnos como somos y crecer a partir de apoyarnos en nuestras fortalezas, para superar nuestras falencias.” Es necesario vivificarnos cada día a través de la paz con nuestros allegados, familiares, amigos y contradictores. Que la reconciliación alumbre sus corazones para que se sienta el placer de la existencia. ¡Feliz Navidad y Próspero años 2022!

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Soy maestro por convicción y devoción, licenciado en educación con énfasis en español y francés, egresado de la Universidad del Atlántico; especialista en Metodología para la enseñanza del español y la literatura de la Universidad de Pamplona, y magister en Neuropedagogia de la Universidad del Atlántico.

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