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Las personas jamás deberían caer en la peste del olvido, pues esto sería el acabose de la humanidad. No recordar, olvidar u ocultar la verdad o la realidad a través de un discurso de flores y regalos no es sano para la sociedad actual. Una sociedad mercantilizada, donde lo prioritario no es el ser, sino el tener, el estar a la moda y consumir al grado máximo son las consignas que soslayan la verdadera historia. Por tanto, en este momento del siglo XXI, conmemorar para recordar perennemente sería la consigna de todos los ocho de marzo para no olvidar las ignominias cometidas contra la mujer. De allí que, ese recuento pormenorizado de hechos y acontecimientos, donde los datos y las fechas se repiten sin el cedazo de la sindéresis de las personas, no debería ser el eje central de la memoria histórica de la humanidad, pues estos son fríos y descontextualizados y se convierten en la tierra para sepultar y ocultar la verdad. Creo que el ocho de marzo debería tomarse como símbolo del gesto heroico de quienes ofrendaron sus vidas por unos ideales de igualdad que todo ser humano mínimamente debe poseer. Y esos hechos deben seguir recordándose y trascendiendo a través de los años, no obstante la alienación existente. Que ese reconocimiento no tenga mácula por aquellas posiciones machistas que subyacen y perviven por la seudo-supremacía de quienes aún se creen los reyes del universo.

Alguna vez escribí, haciendo alusión al desconocimiento que la sociedad ha hecho de este momento histórico, que el verdadero “resarcimiento se da cuando se analizan con criterios bien sustentados los factores sociales que circundaron esos hechos o acontecimientos” y, por tanto, el ocho de marzo no sólo sea una fecha de una secuencia temporal, sino una fecha para tenerla presente por su importancia en la consecución de las igualdades de derechos de la mujer.

Ese marzo de 1857, cuando muchas obreras de Nueva York salieron a las calles a levantar sus voces de protesta contra las formas infrahumanas en las cuales laboraban en sus sitios de trabajo fue el inicio para que el ocho de marzo sea una fecha indeleble para recordar por su aporte al reconocimiento de la igualdad de derecho para hombres y mujeres como soportes del progreso y desarrollo de la sociedad. Esas valientes mujeres poseían una fuerza que las impelía a luchar contra las degradaciones y exclusiones a las que estaban sometidas en esa época. Sólo pedían que sus condiciones laborales se humanizaran.

Expresaba en un escrito anterior que “quizá estos principios de luchas son desconocidos por muchas mujeres adultas y jóvenes de estos tiempos que solo creen que el día internacional de la mujer es para celebrar y departir con las parejas en sitios de esparcimiento y no para conmemorar el sacrificio que hicieron ese otro grupo de mujeres que reclamaban una jornada laboral de diez horas bajo el lema “Pan y Rosas”.
Sin embargo, hoy todas esas luchas donde se ofrendaron vidas reciben sus recompensas por significativos avances y conquistas por la igualdad de algunos derechos, tales como el derecho a la huelga, a pertenecer a un sindicato, a jornadas laborales menos largas y extenuantes, a cualificación vocacional y profesional, entre muchas otras, dándoles el valor que se merecían como seres humanos.

También, en el recuerdo histórico hay que analizar no como un agregado más a las luchas por la igualdad emprendidas por valientes mujeres y hombres, sino por la manera degradante con los cuales los patronos quisieron acallar la solidaridad de las trabajadoras, tal es el caso que se dio en 1911 donde “146 personas, entre hombres y mujeres trabajadoras murieron quemados en un incendio provocado en la fábrica Cotton Textile Factory, en Washington Square, Nueva York. Los dueños de la fábrica habían encerrado a las trabajadoras para forzarlas a permanecer en el trabajo y no unirse a la huelga”. Un hecho luctuoso y amargo que evidenció la crueldad con la que lidiaron los trabajadores en ese entonces.

Pero, no es sino en la II Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas, en Copenhague, en 1910, cuando Clara Zetkin propuso el ocho de marzo como día para la conmemoración de la Mujer Trabajadora para revindicar el sufragio femenino. Hecho que fue replicado en otros países del mundo, entre ellos Alemania, Suecia, Austria, Finlandia y Argentina. En esa conferencia se convocó a todos los países para trabajar “en la eliminación de toda forma de explotación y discriminación de la mujer y luchar por la participación plena e igual en el desarrollo social.”. Fue el inicio del fin del mancillamiento que por durante mucho tiempo se ha cometido contra las mujeres en el mundo. Luego entonces, el día Internacional de la Mujer nace no sólo para hacer propaganda a favor de los derechos laborales de las trabajadoras y manifestación contra la guerra, sino para reiterar la igualdad de derechos que ellas poseen. Derechos expresados y consagrados en cartas y resoluciones de organismos internacionales, a los cuales “nuestra democrática nación”, se ha acogido dando al traste con la visión que se tenía de las mujeres antes de mil novecientos treinta y dos, cuando eran consideradas menores de edad y por lo cual no podían manejar sus bienes ni comparecer ante la justicia. Con la ley 28 de ese año, en la presidencia de Enrique Olaya Herrera, las mujeres adquirieron su estatus de ciudadanas, lo que trajo como consecuencia la adquisición de algunos derechos civiles. Esto último les permitió que pudieran ingresar y estudiar bachillerato y realizar estudios universitarios. Sin embargo, desde lo normativo las mujeres colombianas sólo obtuvieron el derecho a elegir y ser elegidas, según el acto legislativo número tres del veintisiete de agosto de mil novecientos cincuenta y cuatro en el gobierno del general Gustavo Rojas Pinilla.

De lo anterior se desprende que será bueno felicitar a las mujeres en general y, especialmente, a las luchadoras, quienes desde sus hogares y familias constantemente aportan para el desarrollo y progreso del país. Mujeres francas, leales, trabajadoras, forjadoras de cultura y propiciadoras de familias con valores humanos y cristianos que participan cotidianamente en la consolidación de una sociedad mejor.

Mujeres, que esta fecha no les sea arrebatada por el olvido ni se les desvirtúe su sentido conmemorativo. Que no pase desapercibida por esa sociedad; sociedad de consumo que las ha cosificado para el interés mercantil. Ustedes se merecen todas las atenciones sin que haya una comercialización de la fecha. Ustedes siempre serán propiciadoras de terremotos sociales; las miradas se posarán en ustedes no sólo por sus bellezas, figuras despampanantes y sinuosas, sino por sus contribuciones intelectuales al progreso de la sociedad.

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Soy maestro por convicción y devoción, licenciado en educación con énfasis en español y francés, egresado de la Universidad del Atlántico; especialista en Metodología para la enseñanza del español y la literatura de la Universidad de Pamplona, y magister en Neuropedagogia de la Universidad del Atlántico.

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