No es de extrañar que la realidad supere la ficción, por eso las historias reales también pueden ser los mejores cuentos. En Periodismo de Blog, espero contarle a usted, a fragmentos, la realidad en la que circundo. Abrir al mundo los pesares y sentires a fin de combatir con letras la indiferencia. Dibujando voces como principio de transformación social.
Henry Orozco – @SoyHenryOrozco
Nadie quiere perder un amor nunca ni mucho menos llegar a casa y encontrarlo muerto. El solo imaginarlo produce una sensación de escalofrío, es como si fuese sacado de un cuento de terror, aunque la vida misma puede ser el cuento que decidamos construir y contarle al mundo.
A sus 64 años Glorita –una amiga de la familia—nos cuenta, efusiva, que se va a casar. Viuda desde hace más de 9 años, Glorita se lamenta al recordar esa tarde en la que llegó a su casa de campo y encontró a su esposo muerto. Como toda matrona, antioqueña y fidedigna a la fe católica se encomendó a sus santos, a su virgen y a su Dios para suplicar fuerza y poder enfrentar tan cruel realidad, al ritmo de correr, a gritos, a la casa de su vecina y poder aguantar la angustia que la vida misma le acababa de entregar, como guión de novela a pesar de no ser más que un fragmento de su realidad.
Escasamente mide un metro con cincuenta, tiene un timbre de voz proporcional a su medida, se encuentra lúcida y elocuente, tiene cabello blanco, coposo, cortado a borde de sus hombros y apaciguado por una diadema; es dulce, tierna, carismática y expresiva.
-¡Es él, el… dónde lo dejé… el cedular, es Fernando, dónde lo dejé!
-Aló, ¿qué más Fernando?
-Hola doña Gloria, qué más. La he estado llamando toda la mañana, que pasó que no me contestó.
-Ay Fernando, sí oí que me estuvo llamando toda la mañana –susurra. Fernando, estoy visitada. Estelita, mi amiga, vino con su hijo y me están visitando. Tan bella. Fernando, es que no sé qué le pasó a este cedular que eso me dijo Estelita que como no le contesté entonces ella se vino antes de las doce para encontrarme en la casa.
Fernando es menor un par de años y vive con su madre. Soltero, un hombre que tampoco fue sacado de un cuento pero que parece dibujado a imagen y semejanza del más talentoso creador. A ella lo que más le gusta de él es que es un buen hijo y que su mamá –la de él— dice quererla mucho. Se conocieron en la calle, él le habló al verla pasar y así fue como empezó esta historia que hoy carece de final feliz porque apenas hace cuatro años se consolidó como el principio del cuento.
–Estelita, mire, vea, en la nevera está la carne, hay costilla, pecho, tocino y también hay pollo. Yo a ustedes los quiero mucho, muchas gracias por visitarme. Tan bellos, y su hijo tan bella persona, yo quiero que sean mis padrinos. “¿A ustedes si les gusta así, entreverada la carne?”.
La humildad que posee la gente del campo es el más noble legado que nos deja la Colombia que queremos, pese a ser desangrada a diario por grupos insurgentes y al margen de la ley –o al menos eso es lo que nos cuentan, que quien mata a nuestros campesinos no tienen vínculo político, ni ideología. A Glorita, contrario a ello, siempre la ha perseguido el amor. Luego de fallecer su esposo, casi a un lustro, le habló otro pretendiente, de Rionegro, pero a ella este no le gustó, y lo dejó desdibujar en el tiempo a la espera de un nuevo príncipe azul.
Fernando vino tiempo después y aunque algunas de sus amigas le dicen que desista de la decisión pues es un hombre que no le puede prometer mucho, que es un deshilachado, sin plata; ella sabe que el amor no es inherente a la riqueza y que lo más valioso es encontrar un buen hombre que la quiera mucho así como ella lo quiere a él. A este tampoco la vida le ha dado la espalda, pues jocosamente se ufana de ser pretendido y perseguido por una muchacha. Sin embargo, él quiere es casarse por la iglesia con la mujer que Dios y la virgen le echó hace como siete años. Glorita se ríe –y exclama al susurro—“mentiras, no hace tanto tiempo, solo cuatro años pero yo me siento muy enamorada”. Ellos vivían en San Antonio, y la mamá de Fernando le dijo que mejor se consiguiera una casita en el campo porque ella por allá con tanta bulla no podía dormir. Ahora viven en La Porquera, cerca de mí.
Es una mujer convencida de que la vida se encarga de retribuir las buenas acciones, y que el haberse portado bien en su primer matrimonio, quizá le dio hoy la fortuna de conocer al hombre con el que espera compartir su nueva vida.
El casamiento será pronto, quizá. Aún falta que Fernando le pida la mano al hermano de Glorita, Rubiel. Ambos desean entrar al altar, con ritual católico y cogidos de la mano para nunca más soltar. No quieren casarse en la capilla de la vereda porque prefieren culminar su cuento sin brujas ni ogros, ni mucho menos duendes que husmean y que puedan troncar su final feliz. Saben que amar no tiene edad, ni fecha en el calendario y que de viejos también se puede soñar, sentir, vivir, y empezar la historia que muchos de nosotros quisiéramos contar.