Dar, entregarse, amar e idealizar personas muchas veces nos hacen vulnerables y susceptibles ante situaciones cotidianas de nuestra vida. Creer que un sentimiento tan puro como lo es el amor debe estar supeditado a una entrega incondicional genera cadenas que, quizá, se hacen imposibles de soltar. Nos llenamos de miedos, de vacíos y construimos un mundo alrededor del dolor, cual masoquista resignado.
Esta entrada es una puerta a mi liberación, reescribo mí historia con la esperanza puesta en que las letras me lleven a desdibujar una realidad en la que me metí, pero que me he rehusado a soltar: un vacío emocional.
Periodismo de Blog – Por Henry Orozco
Por alguna u otra razón la vida me ha puesto en caminos indeseados, esperanzados en la otredad. Me he cargado de sentimientos de culpas, de dolor y de desesperación que día a día aumentan mi ansiedad. Me he visto inmerso en situaciones de pánico, de angustia y de desolación. He maldecido mi vida y me he encerrado por días en pensamientos aterradores que me han hecho tocar fondo a causa de uno –o varios—vacíos emocionales.
Me he rehusado a aceptar la realidad y he querido permear el entorno a mi voluntad; me he sentido impotente al no poder lograrlo. Me he dañado por dentro, le he borrado matices a mi existencia y he hastiado mi presente restándole valor a todo lo bello que me rodea: mi familia, mis amigos, mis logros personales y profesionales. Toda una vida que me he negado a sopesar.
Aun así, acudo nuevamente a este lienzo digital para soltar. Me enfrento con mis demonios existenciales y me cargo de un poco de valor para mostrarle al mundo una realidad que solo con letras se expresar.
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-“¡Ey, papacito, te amo!”, me exclama una puta en uno de los sitios más aclamados de Medellín: La Isla. Sonrío y doy dos pasos más tratando de desviar mi atención. De nuevo, ella, se me acerca y me dice: “Venga mi amor, ¿por qué tan solito?”. Le agradezco su acto, le sonrío esta vez de frente y le digo: ¡Gracias preciosa!
Me acerco a la mesa que escogí para el desfogue de emociones, frente a la barra de “Pole dance”. Las veo a ellas, todas, merodeando la sala con placer. Se acercan a mí, de nuevo, por una propina que ofrezco con uno –o muchos—billetes de dos mil. Me pierdo entre pensamientos oscuros y me hecho un trago de guaro a la boca, a golpe seco, para dejar de temblar mientras me doy cuenta que, sin querer, he llegado allí a construir otro de mis tantos vacíos emocionales.
Muchas veces he intentado escapar de mi zona de confort, tratando de encontrar lugares, personas o situaciones que me ayuden a subsanar mis sentires. He usado otras caras a fin de encajar en contextos adversos a mi realidad; me he despersonificado hasta el punto de desconocerme como ser humano.
Muchas veces, más, he desatado todo esto con alcohol o sustancias que alteran mi realidad. He jugado a ser alguien más, a perderme de mis cabales. He desinhibido cada parte de mi cuerpo y cada estado de mi mente al punto de desconectar mi cerebro del sufrimiento y entrar en estados de excesiva euforia. He creado más vacíos emocionales.
Han sido muchas más las situaciones que me han llevado a tocar límites, generando dolor a mí alrededor, en las personas que amo. He afectado mis círculos familiares y sociales; aun así, he querido soltar y lo he logrado. Me he desprendido de seres que amo al asumir, conscientemente, que es más el daño que me produce tenerles inmersos en mi cabeza que a una distancia prudente. Es por eso que decidí escribir esta entrada, a propósito de mostrarles a ustedes una hoja más de mi vida en el cuento que a diario construyo. Dejando un fragmento escrito en un blog digital. Queriendo ser un reflejo de lo que muchos, quizá, sienten pero qué pocos expresan públicamente.
He aprendido a identificar mis detonantes y mitigar los dolores que ellos me producen. También he sido masoquista, más de lo que he deseado. Sin embargo, procuro cada día alejarme más de las personas o situaciones que me hacen ahogar en sentimientos de pena y dolor, reconociendo el fracaso como una parte del proceso de vida y asumiendo que el fin es postergable, hasta el punto que como seres humanos decidamos seguir escribiendo nuestras historias, sin enterrar nuestros vacíos emocionales pero sí tratando de llenarlos con emociones proporcionarles a nuestros dolores. Identificando en cada acto de vida aquello –o aquellos—que mejor nos convengan y que nos complementen al punto de sentir que la vida tiene más sentido, basada en la reciprocidad, en el amor, el desapego y el aprender a soltar, siendo conscientes que vinimos a este mundo solos, llenos de vacíos a construir y no precisamente desde el dolor y la irracionalidad.
Por más duro que se torne el panorama siempre habrá una luz de esperanza en el camino; solo es cuestión de identificarla y aprenderla a aceptar.