La menstruación es eso de lo que no se habla. Es esa toalla sanitaria que nadie notará que llevas. Es esa lista interminable de eufemismos: “Estoy indispuesta”, “enferma”, “Tengo la visita de Andrés”. Nos cuesta decir que nos duelen los ovarios porque siempre nos han querido en silencio y escondidas bajo las cobijas.

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A los 11 años cuando me llegó por primera vez, lloraba desconsolada. Duré dos días sin salir de mi casa, tirada en la cama como si me hubieran diagnosticado una enfermedad terminal. Sentí rechazo y miedo por algo que es tan natural como respirar, pero en ese momento preferí ocultarlo.

“La regla es aquello que te hace mujer” me decían en el colegio. Yo me preguntaba ¿Hasta ahora qué era?, ¿Qué son las menopáusicas entonces? ¿Un ser indefinido? Pues no, era igual mujer. A estas alturas tengo muy claro que hay mujeres con penes y sin sangrado, hombres con un par de ovarios y personas que no se definen bajo ningún género.

A lo largo de la historia, la menstruación ha servido para demostrar nuestra inestabilidad emocional y la incapacidad para hacer cualquier cosa. De hecho, nos llaman histéricas, una palabra que proviene del griego ‘ὑστέρα’, ‘útero’. En la época de Hipócrates se creía que el útero causaba enfermedades y generaba convulsiones y a eso lo llamaban histeria, lo curioso es que hoy en día sigue siendo un calificativo despectivo hacia las mujeres pese a que en su momento fue descartada como enfermedad.

En pleno siglo XXI la menstruación es considerada como algo sucio, impuro y contaminante. En Etiopía, por ejemplo, las niñas abandonan la escuela al desarrollarse. En Nepal son sacadas de sus hogares durante los días de sangrado. En la india no entran a la cocina porque “descomponen la comida”. En Afganistán creen que lavarse la zona vaginal durante el período causa infertilidad. En la Bolivia rural la sangre menstrual no puede mezclarse con otros residuos porque tienen la creencia que provoca enfermedades gravísimas como el cáncer.  Y la lista continúa.

La publicidad sobre productos menstruales no ayuda porque es más surrealista que los filmes de David Lynch. La sangre en lugar de roja, como la de todas, la muestran con un líquido azul. También evitan nombrarla, ayudando así a perpetuar los tabúes tan presentes en nuestra sociedad.

Hoy, en el día mundial de la higiene menstrual cabe recordar que sabemos muy poco sobre este tema. Es tiempo de sacar a la menstruación del clóset y comprender que menstruar es más que una cosa de mujeres, también es un asunto político.

Sabemos y educamos muy poco sobre el ciclo menstrual, sobre el dolor y el uso de productos seguros, eso nos impide conocer nuestro cuerpo a profundidad. Necesitamos de manera urgente políticas sobre el climaterio y la menopausia.

Que esta fecha sirva para empezar a cambiar el discurso sobre el proceso fisiológico de nuestro cuerpo. Hay que ir más allá del discurso sesgado y hegemónico en el que hemos sido formados.