Hoy jueves 25 de julio, se dará la misa con cenizas de Juan David Ochoa, el mayor de los hermanos del Clan Ochoa y fundador del Cartel de Medellín.

Fabio, Jorge Luis y Juan David Ochoa Vásquez – Archivo EL TIEMPO


A las cuatro de la tarde un sol rencoroso cobra venganza contra el barrio El poblado y la tarde pega duro contra la montaña oriental de Medellín. La empinada calle 5 sur, en uno de los barrios más exclusivos, a la altura del Mall La Visitación, está paralizada por carros de vidrios polarizados. Mientras los carros taponan la calle, la acera derecha está vacía, limpia y arborizada, de no ser por un gamín roñoso que busca sombra. El tipo atalaja su cobija de lana podrida, echa una mirada con asco al Hammer negro que tiene al frente y despacha un trago de agua que tiene en un botellón plástico de Coca-Cola 3 litros. El gamín escupe desafiante y dedica el gesto al conductor del Hammer.

Esto a derecha. A la izquierda, en la capilla de La Visitación, una concurrencia apesadumbrada se congrega en las escalas del atrio. El gentío está de pie, al sol, en silencio y espera. Hoy jueves 25 de julio está por comenzar la misa con cenizas de Juan David Ochoa Vásquez, el mayor de los hermanos del Clan Ochoa y fundador del Cartel de Medellín junto con Rodríguez Gacha, Carlos Lehder y Pablor Escobar. Con 65 años, Ochoa murió hoy a las 5 am en un hospital tras sufrir un paro cardiaco.

En el parqueadero de La Visitación hay monteros con llantas regordetas y otros automóviles sofisticados. También hay un Spark de rines mal tenidos, un Mazda 323 arruinado, un taxi Sprint honestamente destartalado y la limosina blanca y despercudida de la funeraria. Parece que al señor Ochoa Vásquez, mayor de los hermanos Jorge Luis y Fabio, y quien comenzara muy pelado en el narcotráfico, viajando a EEUU supuestamente para estudiar, lo quiso gente de variado estrato social.

Hay un señor de unos 60 años desfachatado, pero con buen porte en el reloj. Hay pelados con cara de riquitos, todos muy serios, con camisetas por fuera y tenis. Luego me di cuenta de que son los amigos de Vicente, uno de los hijos de Juan David. Una chica forrada en vestido de minifalda blanca, tacones de playa, lentes de sol y manillas. A su lado un care galán con bluyines, saco café y zapatillas, al estilo Fajardo, mira con ganas a la nena que se cree en Cartagena. Lo más formal en el gentío son los lentes de sol. Hay señoras preocupadas y señores canosos y tristes que vienen a despedir al hombre que desde 1979 y con 31 años comenzó a figurar en los archivos de la DEA en Miami por distribuir 550 kilos de coca. Ochoa luchó contra el cartel de Cali, contra el gobierno y la guerrilla. En la puerta de la capilla, una señora de negro. Por fin alguien de luto. La verdad es que los paisas somos terribles para llevar la etiqueta.

Juan David Ochoa en el año 2000 – Archivo EL TIEMPO

Doy un rodeo buscando a Marta Nieves, la hermana de los Ochoa, víctima de secuestro en 1981 por parte del M-19, quienes exigieron 12 millones de pesos como rescate. El Clan Ochoa y otros 200 capos reaccionaron inaugurando el MAS: Muerte a Secuestradores, ubicando a Luis Gabriel Bernal, autor intelectual del hecho, secuestrando a su novia y a su hermano y haciendo que Martha Nieves fue liberada sin pagar rescate. El MAS combatió contra otros guerrillos, dando comienzos al paramilitarismo.  Así que busco a Marta pero no la veo. Ni a ella, ni a Jorge Luis Ochoa, el otro excapo hermano de Juan David.

Con sumisión, el empleado de la funeraria abre las puertas traseras de la limosina y extrae con ambas manos una cajita de madera oscura adornada con flores y cintas blancas. La concurrencia muda abre el paso y comienza la ceremonia. La capilla está a reventar y el bochorno se concentra. El aire pesa 15,4 toneladas. Me quedo de pie y atrás, en el tumulto detenido y respirante. Suena un trío de teclado eléctrico, violín melancólico y vocal: «hay un vacío que nadie en el mundo puede llenar, te vas pero siempre te recordaremos». Hasta ayer, Ochoa hablaba por celular a sus hijos y ahora está reducido a cenizas.

«Hoy estamos despidiendo al que fuera un padre de familia» dice el cura desde el púlpito, «el Señor lo purifique de sus debilidades, de su condición humana, que es la experiencia del pecado». En 1991, luego del acuerdo con César Gaviria, en el que darían información del negocio a cambio de no ser extraditado, el Clan Ochoa se entregó a la justicia. Luego de cinco años de cárcel, en 1996, Juan David y su hermano Jorge Luis, salieron en libertad. Fabio lo haría en los próximos meses, pero la salida de los dos primeros prendió las alarmas. El ministro de Justicia, Carlos Medellín, calificó el hecho como una vergüenza internacional y el ministro de la Defensa, Juan Carlos Esguerra, exigió una revisión de la política de sometimiento. Fabio no salió nunca. El gobierno se le torció. Lo dejaron encerrado otros 5 años hasta que fue extraditado en 2001 y en 2003 los gringos le clavaron una condena de 30 años. «La vida no termina», dice el cura, «el cuerpo no se destruye sino que se transforma en Dios, producción para la vida eterna.»

Juan David Ochoa en junio de 1994 – Archivo EL TIEMPO

Según un informe de El Espectador, publicado en septiembre de 2009, los ingresos de Juan David presentaron un crecimiento del 256% entre 2002 y 2003, y del 189% entre 2005 y 2006. Desde que Juan David salió de la cárcel se dedicó a la crianza de caballos y ganado, y se dice  que no volvió a delinquir. Su fortuna queda a sus hijos. En la comunión, la gente hace una fila melancólica y el trío canta: «¿Quién va a reemplazarte? ¿Buscarte y no encontrarte?».

Hace un rato, mientras esperaba el inicio de la misa y buscaba a Marta Nieves, estuve parando la oreja. De alguno escuché: «Con Juan David nunca hablé en serio, siempre nos decíamos groserías y esa era toda nuestra charla.» Otro dijo: «Como mafioso no llegaba siquiera a contrabandista, eran tan despistado que se caía pasando un cartón de Marlboro».

Hace dos semanas tuvo su primera crisis cardíaca. Le pusieron dos stents en una clínica de Medellín y le sugirieron que hiciera una dieta estricta. Pesaba 116 kilos y era que Juan David era un mecatero empedernido, los panaderos de Envigado lo saben. Con todo, la guerra de combos que vive Medellín es la herencia que nos dejó el Cartel de Medellín y sus fundadores.

Ahora habla la esposa desde el púlpito. Es una señora de porte recio y voz quebrada: «Dios no obra como un cazador, sino como un jardinero que reclama las mejores flores. Te quiero por siempre. Fuiste grande entre los grandes. » Se oyen llantos y moqueos. Alguno me dijo, «No vayás a eso, la vuelta va a estar muy caliente». Yo esperaba ver guardaespaldas mirando feo, cordón de seguridad policial, caras malosas, combos de traquetos, jefes de rutas, coronas de flores en el atrio, lágrimas, negro, luto, Pero no. Esto no es un funeral mafioso.

A la salida de la misa se me viene a la cabeza la cajita de madera. Juan David estaba vivo ayer y hoy está reducido a polvo. Afuera el calor, el bochorno y un remolino de frases me marea. ¿Cuándo dejamos de ser esas panteras acechantes que ayer éramos para convertirnos en esta jaula de palabras que hoy somos? Salgo a la calle 5 sur a preguntarle cómo la batalla de nuestra vida. Y me contesta el gamín del semáforo, tumbado en un prado, con las manos en la cabeza, mirando el cielo azul. La vida es un botellón de agua 3 litros que un vago callejero se bebe a tragos de mala gana, en este calor inmoral.