No se puede soportar a la gente que no siente lo que dice. Que no huele sus palabras, ni las toca, ni las saborea. Ni siquiera las escucha.
No se puede soportar a quienes no experimentan lo que hablan. No viven su verbo, no lo sienten en las tripas, ni en los ojos, ni en las uñas. Ni siquiera en la lengua. No aprecian lo que dicen, ni lo respetan, ni lo calculan. Gente que hablan en clichés, palabrerías.
¡Paja!
Así estén tratando sobre religión o política. Almas muertas que ojalá supieran mentir. Porque incluso la mentira hay que sentirla en los poros para que sea efectiva. Gente que repite pensamientos de otros, que parlotean en vez de ponerse a pensar. ¡Pensar, carajo! Pensar de manera humana. Directa. Conozco otra gente que, por el contrario, es capaz de sentir lo que habla, que manosea sus palabras, las huele, las lame, las escucha. Folla con ellas. Las pone en cuatro y les agarra el pelo. Las monta. Las cabalga. Gente que puede tener una conversación genuina sobre, digamos, la niebla que cae ahora en Medellín. ¡Con este frío tan tremendo!La niebla de Medellín, en boca de un conversador genuino, es un tema pertinente, interesante, sincero…
La diferencia entre una y otra, es su sinceridad. Quienes hablan sintiendo sus palabras tienen la capacidad para concentrarse en la conversación. Saben escuchar
Escuchar…
Escuchar es una gran virtud. Hay que leer para aprender a escuchar. Dejar que el libro hable. En silencio. Concentrado en lo que dice el libro. Pero la gente no sabe leer, y por eso no sabe escuchar. Lo malo es que todo el mundo está siempre pensando en su próxima respuesta. Quienes saben escuchar saben conectarse con el presente. Los malos conversadores son aquellos que te quiebran las frases con sus comentarios, sus palabras lanzados como garrotazos… Quienes saben escuchar son sinceros, así te digan mentiras. Y lo son porque sienten lo que habla, lo experimentan, lo aprecian…
Esos son los amigos que quiero tener: amigos que que siente lo que dicen.