El amor dejó de ser verso de poetas para convertirse en tema de ciencia. Y menos mal. Ya era hora que entendiéramos por qué nos hace tanta falta esa persona de la que estamos enamorados y por qué nos dan tan duro cuando nos rompen el corazón. Somos adictos al amor y la ciencia lo ha demostrado.
Estar enamorado es una gran experiencia. Y es también la peor. Cuando estamos involucrados con una persona, y somos correspondidos, la vida es más liviana a todo nivel. Y en el polo opuesto, cuando sufrimos por culpa de la antipatía, la vida es desastrosa. Y no es para menos.
Cuando estamos enamorados y no tenemos cerca a nuestra pareja, sufrimos de ansiedad, angustia, no nos concentramos, estamos como locos sufriendo los espantosos síntomas de abstinencia. Cuando estamos lejos de nuestra pareja nos comportamos como desesperados fumadores cuando no tienen a la mano un Marlboro. Nos hemos vueltos adictos a esa persona. Y lo que sucede en el cerebro es lo siguiente:
Cada que hacemos una actividad que nos gusta como comer costillas de cerdo bajadas con cerveza, o trotamos y sudamos por la ciclovía, leemos un buen libro o nos comemos a besos con nuestra pareja, se activa en nosotros el centro del placer o sistema de recompensas: una parte del cerebro, en el sistema límbico sede de las emociones. Cuando perdemos la noción del tiempo sumergidos en una actividad hondamente placentera, por el cuerpo viajan fluidos de dopamina, la hormona del placer y la motivación, y nos sentimos plenos y creemos que somos felices.
Se ha dicho que la dopamina es una hormona “embaucadora” porque es como un alucinógeno que distorsiona y exagera lo que sentimos. Algo así como el principio activo de la marihuana, que nos hace más sensibles y propensos a los estímulos.
La dopamina entre otras hormonas es la encargada de activarnos el bienestar y la tranquilidad cuando, por ejemplo, por fin, terminamos la tesis de grado o cuando ganamos con un buen negocio.
Lo mismo sucede cuando estamos compartiendo con nuestra pareja. Y hay estudios que lo demuestran. La evidencia queda señalada cuando los científicos escanean los cerebros de personas enamoradas y correspondidas. En las imágenes de estos cerebros se evidencia la activación del centro del placer, sistema de recompensas, el sistema límbico sede de las emociones. Cuando esta parte del cerebro se activa comienza a generar la bribona dopamina, la hormona que nos pone medio locos.
En el primer mes de enamoramiento, el coctel químico activado por el centro del placer contiene además de dopamina otras hormonas como la encefalina y la noradrenalina, una hormona que activa la excitación. Entonces estamos completamente drogados y felices. ―Claro, desde que seamos correspondidos. De lo contrario, estaremos drogados pero enfermos de insomnio y chillando con baladas bobas―.
En estas imágenes escaneadas se visualiza que no solo el centro del placer se activa, sino que además otras partes del cerebro que tienen que ver con la percepción y el aprendizaje.
En este punto del romance, nuestro cerebro está aprendiendo que una persona le genera gran placer. Es una persona, una sola, y no otra. Podemos estar con los amigos, con la familia, en el trabajo, incluso con un arrocito en bajo, pero el cerebro sabe que ninguna de estas personas es quien nos tiene encoñados. Y cuando la encontramos y volvemos a estar juntos y conversamos y volvemos a cogerle el culo, -porque el culo amado es perfecto-, el vínculo neuroquímico se va fortaleciendo. Esta es la persona que nos activa el centro del placer. Se dice “me tiene encantado esta persona” y en efecto, nos tiene embrujados con chorros de dopamina que nosotros mismos disponemos y consumimos. Sólo esta persona nos mueve el sistema de recompensas. Y si a esto le sumamos unas vibrantes revolcadas, en las que los niveles de dopamina se disparan a sus máximos niveles, el vínculo se hace más fuerte y entonces estamos jodidos. Jodidos y enamorados.
Es una gran sensación. El enamoramiento es una de las grandes experiencias de la vida. Y también una de las peores. Para los mexicanos, antes de Cortés, Tlazolteotl era la diosa del amor y de la mierda. Y sigue siéndolo.
Llegados a este punto, la atracción es tan intensa que ya no solo sentimos un gran placer estando con esa persona, sino porque el solo hecho de pensarla, recibir un mensaje por el WhatsApp, ver una foto en el Facebook nos enciende el sistema del placer y así el circuito de los canales dopaminérgicos. Y no solo eso: pensar en el futuro con esa persona nos llena de placer. Ahora sabemos por qué nos emociona tanto recibir una pendejada como un emoticón cuando estamos enamorados. El poeta portugués Fernando Pessoa dijo que todas las cartas de amor son ridículas, pues no serían cartas de amor si no lo fuesen.
Cuando estamos lejos de la persona que nos encanta y pensamos en ella, se activan los canales dopaminérgicos, generando placer y bienestar, y encendemos también el circuito de búsqueda. La prueba de que estamos sufriendo de una adicción. El circuito de búsqueda, acuérdese de ese término cuando esté enamorado y tenga ganas de ver a esta persona. Es fantástico sentirlo. Y a la vez un tormento. Queremos estar con ella, le ponemos una cita, le decimos cosas bonitas y cursis activando aún más el deseo. Y si no podemos verla pronto, comenzamos a sufrir de abstinencia. Es lo peor. Todos lo hemos sufrido: angustia, desconcentración, desespero. Sudamos, la pupila se dilata y no soportamos la quietud. Estamos atrapados en esa persona y solo a ella, “estamos tragados”. Ella es la única que nos activa el sistema del placer. Solo con pensarla o recordarla ya estamos inyectados con peligrosa dopamina. Es una locura porque no tenemos que verla para estar drogados. Solo con pensarla ya estamos complacidos y atormentados.
Por eso decir “eres mi más intensa fuente de dopamina” es un excelente piropo. Pero por favor no se lo diga a nadie.
Luego de estar lejos de la “traga”, de llamarla, de concretar una cita, cuando concluyamos la búsqueda y nos encontremos con ella, cuando nos demos unos intensos besos y abrazos, ya estaremos más tranquilos. Con cada palabra y caricia bajará nuestros niveles de cortisol, la hormona del estrés. Ya no estaremos ansiosos y nos sentiremos tranquilos y relajados.
La creencia popular dice que una relación, luego con los años, el amor se transforma. Es más tranquilo y sereno. Y es verdad. Pero esa tranquilidad en una relación amorosa es una trampa. La ciencia ha demostrado que en el primer mes de enamoramiento estamos narcotizados con dopamina, noradrenalina y encefalina. Y el amor de 20 años con oxitocina, la hormona del amor ñoño. También con prolactina, la hormona de la inhibición y con serotonina, la hormona del ánimo. La conclusión es obvia. La primera etapa es intensa y adictiva. Luego, con los años se vuelve más tranquila y por lo mismo más harta y aburridora.
Por eso los expertos recomiendan mantener siempre altos los niveles de dopamina asociados a esa persona. Y lo podemos lograr con unas vibrantes faenas de sexo o compartiendo otros placeres: viajar a la selva amazónica, al Mediterraneo o al Río Magdalena. Bailar boleros. Ir a cine. Ver series televisadas como Breaking Bad, abrazados y encamados. Un copa de vino o fumarse un porro de vez en cuando no está mal. Invitar a los amigos. El cerebro debe conservar siempre fuerte vínculo entre esa persona y el placer, porque si lo empieza a asociar con otras actividades o estímulos bien hartos, entrará el aburrimiento.
Esto no es nada nuevo. La ciencia lo único que ha hecho es explicar el “por qué”. Pero el resto, lo sabíamos ya. Oscar Wilde decía: “Uno debería estar siempre enamorado. Por eso jamás deberíamos casarnos”.
Pere Estupinya, el excelente divulgador científico dice: “Si no hay emoción el amor romántico se acaba y solo queda el de la compañía. El amor es la mejor de las adicciones. Hay que alimentarla constantemente, forzando placeres mutuos y compartidos que hagan que vuestro cerebro irracional segregue dopamina con solo recordar a esa persona que tan apasionadamente se ama y que siempre alterará todos los niveles hormonales habidos y por haber.”
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