Cuando salí del baño con la toalla enrollada en la cintura, estaba enojadísima. Había encontrado un par de condones debajo de una biblia que tengo en ese cajón. Con Yúrica nunca había usado condones. Desde el principio, cada uno le había inspirado tanta confianza al otro, que ninguno pidió que los usáramos.
Relatos con situaciones de presión en las relaciones de pareja.
CAJITAS DE PANDORA
En la noche, seguimos tomando ron en la barra del bar. Había mucha gente y algunas parejas bailaban son cubano en la pista iluminada. El Hotel Habana Club siempre es así.
―Hace un tiempo tenía una novia, –me dijo Rodrigo–, se llamaba Yúrica, era rubia, eslava, muy atractiva. Estábamos enamorados.
«Ella tenía su casa y yo la mía, pero la gran parte de la semana dormíamos juntos, aquí o allá, según acordáramos.
Un sábado se quedó a dormir en mi cama. El domingo en la mañana, cuando me encerré en mi baño para ducharme Yúrica abrió mi cajón de la mesita de noche y esculcó. Quería encontrar algo más íntimo sobre mí, supongo, algo que yo no le hubiera mostrado.
Cuando salí del baño con la toalla enrollada en la cintura, estaba enojadísima. Había encontrado un par de condones debajo de una biblia que tengo en ese cajón. Con Yúrica nunca había usado condones. Desde el principio, cada uno le había inspirado tanta confianza al otro, que ninguno pidió que los usáramos.
Esos condones estaban allí, según ella, porque yo me acostaba con alguna chica con quien debía usarlos.
Me reclamaba y me reclamaba con mala voz.
El que busca hay veces encuentra, pero siempre el que busca está alimentando la paranoia.
En medio de su histeria, intenté explicarle que los tenía desde mucho antes de conocerla.
“Y ojalá los use hasta el final, y no se los quite a medio camino, ―me dijo―, como hacen algunos hombres, a mitad de la relación, porque no quiero que luego me aparezca una venérea por su culpa”.
¡Dios! ―pensé― ¿cómo voy a salir de esta?
Busqué en el empaque de uno de los condones la fecha de vencimiento. Entonces se lo mostré: Tenían casi 10 meses de vencidos. “Son muy viejos, muy viejos, mira.”
Con Yúrica llevaba 8 meses. Solo entonces bajó los hombros y pudo respirar un poco más tranquila.”
Rodrigo terminó de contarme su historia.
Yo no sabía qué decir, al pasado siempre le viene bien una capa de maquillaje. Me di un trago de ron. Al fondo, el son cubano apretaba a las parejas.
―Finalmente lo superamos ―dijo Rodrigo―, no era que tuviera mala memoria, Yúrica tenía un buen olvido. Pero, en ese momento no entendí su enojo. Tenía mis historias, lo mismo que ella. Uno quisiera que al mirar atrás el pasado ya no existiera.
―Lo realmente difícil es ir al pasado y volver ileso ―le contesté.
―En otra oportunidad ―siguió Rodrigo―, fui yo quien se quedó en casa de Yúrica y por pura casualidad encontré un baby doll suyo, un ligero y otras prendas muy lujuriosas. Me puse muy mal. Ella nunca había usado unos ligueros conmigo. Nunca. Y lo peor: estaban usadas esas prendas.
A Rodrigo se le brotaban las venas en la frente.
―Yo sabía que estaban usadas ―dijo― eso se notaba.
Mierda, pensé, eso es grave, tanto, como encontrarse los condones del pasado de tu pareja, pero no le dije nada.
―Supe que si quería seguir con ella tendría que tragarme el sapo. Y me lo tragué, ―concluyó―, supongo que ella sabía cómo enamorarme por lo que había aprendido en el pasado con otros hombres.
Pero no había usado el baby doll contigo, estuve a punto de decirle. Mejor otro ron. No iba a ganarme un piñazo en la cara y más cuando en El Hotel Habana Club estaba sonando ese tema Por un beso de la flaca.
Rodrigo me contó que, cada que la imaginaba con esos ligueros besando a cualquier otro hombre, le provocaba salir a matarla. Entendió la rabia de esa chica cuando encontró los condones. A nadie le gusta cargar con el pasado de nadie. Y entendió por que los abuelos exigían tanto a sus novias. Lo que en realidad los volvía locos era que sus chicas tuvieran una historia. Cargar con esos tatuajes no es fácil.
―La ventaja es que el pasado cambia todo el tiempo ―le dije― ¿Y qué sucedió?
―Le pedí que se comprara un babydoll solamente para mí.
―Bueno, al menos ―Contesté y llené mi copa en la barra del bar y le conté mi historia―. Una tarde, mientras me bañaba, AnaM esculcó los mensajes en mi celular y se encontró con esta joya: “Todo queda entre nosotros, Sara”. Cuando salí del baño, en vez de hacerme el reclamo, AnaM me tumbó en la cama, se desnudó, y me sexó con una ferocidad nunca antes vista. Ana era así. Y eso me volvía chiflado por ella.
Rodrigo me miró, tomó un trago de su cerveza y me dijo:
―Deberías darme el teléfono de esa tal Ana.
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